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viernes, 27 de junio de 2014

Manuel Beltrán: una necesidad interior


 
Exposición de Manuel Beltrán: La Zubia y otros paisajes en el tiempo, 2014
Manuel Beltrán, onubense afincado en La Zubia desde hace 30 años, maestro, me recibe en el Departamento de Lengua del IES Laurel de la Reina para hablar sobre su obra pictórica y su evolución a lo largo de todos estos años. Se le nota tranquilo, apurando el último año que da clase. 2014 será el año en que habitará en Emerita Augusta, como los jubilados romanos, que pasaban a vivir a una ciudad pensada para el descanso y para el desarrollo de las artes, o como el vocablo portugués con el que se designa al jubilado (reformado). Ahora empezará un tiempo en el que la “vida reformada” se prepara para diseñar la propia Mérida, la ciudad en la que hay tiempo para el arte, la música, la literatura, la pintura, y cómo no, los bellos amaneceres de la vida.
Se aficionó a la pintura desde muy joven. Los materiales de aquel momento (lápices, acuarela, témpera, óleo...) le sirvieron como terapia y en sus dibujos reflejaba la vida.

Empezó imitando a los grandes impresionistas (Monet, Renoir, Van Gogh).
Impresión, sol de amanecer, de Monet, era la impresión huidiza que provocaba un motivo expuesto a una luz variable.
En Manuel Beltrán es importante esa luz variable, la condiciones de luz, las horas del día, los reflejos de la luz, como se manifiesta en las series de pinturas de El Laurel, convento de San Luis, en las distintas estaciones del año y en los distintos momentos del día.

Impresionado por la luz, dibuja con el color (con frecuencia el pastel), en el lienzo transportado al lugar que desea pintar.
A través de la observación objetiva de la realidad y de la imitación, realiza su primera exposición de cuadros en 1979, en el casino de Cortegana, por mediación de su amigo, ya desaparecido, Miguel Lobo.

En 1983, llega a La Zubia. Desde entonces, ha expuesto en numerosas ocasiones, la última de ellas, La Zubia y otros paisajes en el tiempo, en 2014, fecha de su jubilación como profesor de Ciencias Sociales y Plástica en el IES Laurel de la Reina, instituto que lleva el nombre del lugar que tantas veces ha pintado.

Su pincelada es libre; los tonos, claros; el horizonte, azul; la vida se arraiga, las amistades se fortalecen, la familia es su pilar; el arte, una necesidad.

Profundiza en el expresionismo, sobre todo estudiando a los españoles Sorolla y Darío de Regoyos. En los últimos años, la búsqueda es expresiva, con una visión subjetiva de la realidad y evoluciona pictóricamente, cansado de hacer lo mismo, iniciando una búsqueda de nuevos caminos, aportando nuevas vías, con humildad.

El paisaje realista está dominado técnicamente por el pintor, pero no recibe estímulos e inicia nuevas visiones en los grandes movimientos pictóricos que, a través de la historia, se han desarrollado.

La expresión, ahora, es más personal e interpreta, como una necesidad interior, la vida mediante colores, luces, sombras, composición y volumen. “Picaso, -cita Manuel Beltrán de memoria- maestro académico, decía que se necesitaba toda una vida para evolucionar”.

A través del paisaje, el pintor se comunica con la naturaleza, vive lugares que le gustan, practica la pintura al aire libre, una fusión de tres pasiones: la paleta, la naturaleza y el individuo.

A partir del preimpresionismo y el impresionismo, toma el paisaje como modalidad, con un estilo muy personal, subjetivo, vivido interiormente y expresado por pura necesidad vital.

Con el color y la luz, define su pintura en el marco de Andalucía, por la luminosidad de sus paisajes, frente a la dificultad de expresar la misma luz en paisajes norteños.
Los colores cálidos envuelven el lienzo y dan fuerza al paisaje, lo que consigue interpelando violentamente al espectador.

Autodidacto, llamaba a grandes pintores conocidos por él y aceptaba la crítica que le pudieran hacer analizando sus cuadros. Conoce la teoría del dibujo: las proporciones, el claroscuro, el volumen, la composición. Infinidad de cuadros ha pintado de la misma manera: en una superficie plana proyecta la vida que se muestra ante sus ojos. Comprende que al dibujo también se puede ir a través del color; “castigaba el cuadro” durante tiempo, para mejorarlo después. Ha sido muy crítico consigo mismo.
Es imposible crear un cuadro sin color o sin dibujo. Buscaba el pintor expresar emociones vividas de una vida compleja. Cada cuadro del artista esconde un misterio lleno de claroscuros, armonizados sobre el lienzo en una composición que es reflejo del interior mismo. Y es que según Wassily Kandinsky, en su libro De lo espiritual en el arte,

“...la riqueza cromática del cuadro ha de atraer con gran fuerza al espectador y al mismo tiempo ha de esconder su contenido profundo.”

O en palabras de Manuel Beltrán:

“ El arte es la expresión del ser humano en contacto con lo espiritual. Con él nos elevamos. Con la creación entramos en otro mundo. El hombre deja de ser un animal y se eleva a una esfera superior.”

El artista es un visionario, escucha el murmullo del agua, sigue las voces que lo invocan y, con la fuerza de su paleta, pinta la atmósfera. Es la vibración del corazón en el pintor, la palabra sentida en el poeta o la escala musical en el músico lo que cobra vida por la necesidad interior que provoca una vivencia. Es la contención, en un instante, de lo bello, aquello que brota de una necesidad anímica interior. La verdadera obra de arte nace del interior del artista y cobra vida por sí misma y adquiere un lenguaje independiente.

Si analizamos sus cuadros, cualesquiera, vemos que el color y la composición son fundamentales para entender la obra completa.
El rojo tiene la fuerza de una llama y provoca una conmoción anímica en el espectador, llegando a ser dolorosa, mientras que el azul tiende a la profundidad.
Foto tomada del catálogo La Zubia y otros paisajes en el tiempo

La forma es la expresión de un contenido interior; así, por ejemplo, en La huerta Iberos, óleo sobre lienzo, la forma es un “triángulo místico”, objeto artístico y medio para alcanzar la composición pictórica. Los árboles de izquierda y derecha tienden sus ramas hacia el punto más alto de la casa, en el centro, un tejadillo en triángulo, formando toda la composición un gran triángulo.

Los troncos y ramas, impulsados por una fuerza imparable, se alzan hacia el tejado de la casa, generando un movimiento en la misma composición hacia lo más elevado. Aquí está la necesidad interior, que brota de un espíritu ávido de expresión. Los árboles parecen llamaradas de fuego inquietas, enfriadas por el azul, que tiene la capacidad de profundizar en el alma. Ese azul que se va haciendo profundo y poderoso cuanto más azul y más alto. Es el cielo azul con formas redondas el que que emite una llamada al hombre que contempla, pero que al mismo tiempo se desarrolla una quietud silenciosa por la pincelada del color blanco que actúa en el interior del alma como una pausa musical, un espacio infinito en el interior del hombre, un silencio lleno de esperanza.
El violeta tiende a alejarse del espectador, ha enfriado la pasión del rojo y se torna enfermizo; pero es el blanco del primer piso de la casa lo que hace que el alma tienda a la pureza y a la sanación.
El espectador que contempla el cuadro piensa: “¡es la necesidad interior!”, y al apreciar “lo bello”, se acuerda de las palabras de Maeterlinck:

No hay nada sobre la tierra que tienda con tanta fuerza a la belleza con mayor facilidad como el alma...Por eso muy pocas almas resisten en la tierra a un alma que se entrega a la belleza”.


Miguel Ángel Moreno Cazalilla

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