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martes, 11 de noviembre de 2014

La caja poética


¡Cuánta poesía puede albergar una caja! No una caja muy decorada, sino una caja de madera, lisa y con pintura blanca un poco desconchada que a lo mejor, en algún momento, pudo albergar algo valioso, pero que ahora no es más que un simple trozo de madera con una historia detrás.
Madre e hija caminaban de la mano por una larga calle buscando a alguien que las ayudara, pero nadie se ofrecía, ya que nadie podía alimentar a dos bocas más. La historia de ellas dos se podía resumir con una sola palabra: huida. Huida del maltrato por parte de su marido, que de joven había sido un hombre caballeroso, capaz de conquistar el corazón de cualquiera, pero que con el tiempo se había convertido en un borracho que se desahogaba maltratando a la persona que más lo quería y que, muy a su pesar, tuvo que abandonar ese matrimonio roto, llevándose a su pequeño tesoro de sólo seis años y que en tan poco tiempo de vida había visto tanto sufrimiento y odio. Se cobijaban donde podían, moviéndose de un lugar a otro, sin saber muy bien adónde se dirigían; pero fuesen donde fuesen, la mujer siempre llevaba esa pequeña caja que la niña miraba recelosa, preguntándose qué habría en su interior. Lo poco que encontraba de comida se lo cedía a su hija, que se iba consumiendo poco a poco con cada paso que daba. Así pasaban los días y semanas, intentando sobrevivir un día más, buscando una razón para seguir adelante. Pero un día, la madre no pudo seguir luchando y se fue dejando un cuerpo frío e inerte, una niña asustada y una pequeña caja.
Su hija consiguió sobrevivir pidiendo limosna y comida. Fue criada por la calle y con el tiempo dejó de pedir para empezar a robar. El tiempo pasaba, ella se hacía más grande y la caja más rota y vieja. Todas la noches pensaba sobre lo que habría dentro, pero tenía miedo de abrirla. Un día, muerta de curiosidad, la abrió, y lo único que encontró: recuerdos. Recuerdos de su antigua casa, que su madre llevaba consigo para recordarse todo lo que le había hecho su marido, lo que le daba fuerzas para seguir avanzando y alejarse lo máximo posible de su tortura pasada.

Abril Agustina Moyano Flores 2ºA




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