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viernes, 18 de enero de 2013

Capítulo 4: Los muertos caminan por la tierra

Antonio Gutiérrez


No puedes estar hablando en serio.
-Shelder, te estoy hablando lo más serio que puedo.
Shelder y Leónidas, su padre, estaban en la tienda principal del puesto de mando del ejército de Liuhome, a un kilómetro y medio de la horda de humanos “no muertos” que atacaron a los enanos. Las tropas eran pocas, unos doscientos hombre león armados con lanzas, espadas, puñales, escopetas y rifles semiautomáticos. En otro momento podrían haber llegado a ser más de quinientos, pero las circunstancias actuales les obligaron a dejar a más de la mitad en Liuhome. Al principio no pensaban nada más que exterminar a esos humanos... hasta que se dieron cuenta de que su superioridad numérica era más que aplastante; era monstruosa.
-¡No puedes intentar atacarlos directamente, ni siquiera a los flancos!¡Sería un suicidio!
-No tenemos otra opción, hijo. Si no podemos parar a esas cosas aquí , sería cuestión de semanas que redujesen África a cenizas. Además, ahora no podemos echarnos atrás; ya hemos llegado hasta aquí, y los trasgos de Gunner estarán aquí en menos de una hora.
-Padre, puede que haya exagerado, pero los he contado y esos monstruos son más de diez mil.
-¡No digas tonterías, ya no hay ejércitos tan grandes!-respondió Leónidas.-Además, Asdelt prometió que enviaría un batallón entero de sus mejores trolls.
Con su ayuda y la de Gunner, les venceremos. Y así podrás volver a ver a Krou. Tengo entendido que el hijo de Gunner es tu mejor amigo”.
-Sí, pero no deberías fiarte demasiado de Asdelt, aunque sea un buen amigo tuyo. Seguro que pensará quedarse con lo que quede si venciéramos. No es más que un buitre.
-¡No vuelvas a insultar a Asdelt! Es un buen hombre, y nos ha ayudado en los momentos difíciles. Además, acudió a tu boda. Por cierto,¿cómo está Senai?
-Asustada y preocupada, cree que nos pasará lo mismo que a los enanos-gruñó Shelder.
Eso es normal en una mujer. Es valiente y fuerte, pero es una leona que también es buena e inteligente.-suspiró.-Me gustaría que me diéseis un nieto antes de abandonar este mundo-dijo Leónidas, soñador.
Shelder se ruborizó.
-¡Eso será más adelante, cuando... bueno, cuando nos... establezcamos!- exclamó Shelder-. Además, no sabemos si de verdad ganaremos esta batalla. Aunque Gunner y Asdelt se nos unan, seguirán siendo más que nosotros. Además, tal vez tengamos más suerte que los dawerfs si par...
-¿Quieres dejar esa estúpida cantinela?¡Lo único que haces es desanimar a las tropas!-casi gritó Leónidas exasperado- Además, los enanos supervivientes han perdido el juicio; dicen que por muchos disparos, estocadas, golpes o hachazos que les daban a los humanos, estos no morían.¿Realmente crees que algo así puede existir?
-Bueno, nosotros existimos, y para los humanos no eramos más que monstruos de leyenda- respondió Shelder lacónicamente.
-No es lo mismo. Para empezar, no atacamos sin motivo alguno al primero que se nos ponga por delante... ya no. Además, dudo mucho que...-no pudo continuar, pues en ese momento un guerrero entró en la tienda.
-¡Señor, señor Leónidas!¡El enemigo...el enemigo...!
-Tranquilo, Héctor-le dijo Leónidas al soldado, cogiéndole de los hombros.- ¿Qué ha pasado?
-No se lo va a creer, pero los humanos han...no se cómo explicárselo. Será mejor que lo compruebe por su propia mano.
Y sin parar de jadear, el hombre-león volvió a salir corriendo de la tienda. Leónidas y Shelder tuvieron que seguirle. No sabían lo que había asustado a Héctor. Era el líder de la guardia personal de Leónidas y, probablemente, el mejor guerrero de Liuhome. Se rumoreaba que por sus venas corría sangre troll, pues era grande (medía algo más de dos metros de altura y pesaba unos buenos ciento cincuenta kilos), inteligente, y siempre estaba listo para todo. Su melena era como las demás, si se exceptuaba el hecho de que Héctor se la cortaba al raso (si los otros leones no se reían de él por parecer una mujer era porque era imponente), y una cicatriz enorme le recorría el pecho desde el hombro izquierdo hasta la cadera derecha, recuerdo de una lucha anterior con un jáculo salvaje. Shelder siempre había pensado que Héctor temía pocas cosas, y lo único que conocía lo suficientemente terrorífico para asustarlo eran los leviatanes, pero solo eran monstruos marinos mitológicos (pensaba él).
Cuando salieron de la tienda, una soleada mañana africana les recibió. Mientras atravesaban el campamento, se dieron cuenta de que estaba casi vacío: solo estaban algunos leones, los animales de tiro y varios perros. Cuando llegaron a la empalizada, la cuál tardaron tres días en terminar, vieron que el resto de liune observaban algo por la parte de arriba y por los huecos disponibles.
-¿Qué demonios está pasando aquí?-gritó Shelder a los soldados.
Estos (todos ellos) se dieron la vuelta y vio unas expresiones que jamás había visto en sus caras: incredulidad, extrañeza, duda...pero, sobre todo, miedo.
Héctor, que estaba en lo más alto, les dijo, lo más bajo posible:
-Suban aquí. Lo que van a ver les pondrá bigotes de punta, si es que no se les caen.
Mirándose con caras que decían ”¿Qué?”, Shelder y Leónidas subieron a la empalizada. Cuando llegaron y miraron lo que Héctor les señalaba, por poco no cayeron afuera del espanto.
Dos horas antes, los humanos estaban a kilómetro y medio del campamento, demasiado lejos como para verlos a simple vista a través de la sabana. Pero en ese momento, si la vista (ni el olfato) les engañaban, los humanos estaban a solo cien metros exactos de la empalizada.
-¿Cómo han llegado hasta allí?
-No lo sabemos. No han podido llegar a pie tan rápido; habrían llegado más tarde. Y no tienen ni caballos, ni dragones, ni ningún tipo de animal. Si no fuera porque les avisté moviéndose, hubiera jurado que se...
-¿Materializaron?-terminó Leónidas.
El capitán de la guardia asintió rápidamente y siguió observando a los humanos. Leónidas y Shelder también observaron. Shelder no paraba de formularse preguntas en la mente: ¿Cómo habían podido esos monstruos recorrer mil cuatrocientos metros tan rápido?¿Por que les miraban tan fijamente? Shelder cogió un catalejo que había en el suelo y miró a los humanos. Lo que vio lo dejó sin habla.
-No puede ser...
Todos los humanos tenían unas heridas que, de habérselas infligido a él, ya estaría muerto: degollamiento, asfixia (estaba claro por las marcas de muchos cuellos), disparos, cortes, desangramiento, metralla... incluso mordiscos. Pero eso no era lo que lo asustó. Lo que lo asustó eran los ojos. No estaban inyectados en sangre, ni tenían el iris enrojecido. No, realmente eran del color de la sangre. Y las armas... las armas...¡Qué armas! Nunca las había visto en su vida: pistolas, rifles, fusiles, escopetas, ballestas, arcos, espadas, lanzas...
De repente, y sin previo aviso, los humanos hicieron algo que los liune no se esperaban. Gritaron. Bueno, no gritaron. Rugieron. Y todos lo hicieron a la vez. Sonaba como:
-¡WREEAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!
Y entonces atacaron. Primero dispararon balas y flechas, matando a los leones que no pudieron cubrirse. Y después cargaron a una velocidad endemoniada contra la empalizada.
Leónidas, tras recomponerse del ataque, tomó la iniciativa.
-¡ARQUEROS, FUSILEROS!¡DISPARAD!
Tras quedarse paralizados del miedo inicial, los guerreros se espabilaron y contraatacaron. Pero parecía que las balas y las flechas no les hacían nada. Algunos, que ya estaban muy heridos, si que sucumbieron, pero el resto se mantenían en pie.
-¡Son invencibles!-gimió uno de los leones.
-No son invencibles-gruñó Shelder-, solo muy resistentes.
Dijo esto y agarró un fusil, apuntó a la cabeza de uno de los “no muertos” y disparó. No se moría. Volvió a apuntar. Empezó a tambalearse. Recargó y volvió a apuntar.
Cayó, y no volvió a levantarse.
Eso bastó para envalentonar al resto. Con la máxima prisa que pudieron, los tiradores volvieron a atacar. Pero demasiado tarde. Antes de que se dieran cuenta, los no muertos chocaron contra la empalizada, tirando a los liune que estaban subidos, aunque la valla resistió.
Shelder fue uno de los pocos que saltaron por los aires en el choque. Cuando estaba a dos metros sobre la empalizada, vió que no se equivocó al decirle a su padre que los humanos los superaban en número: eran al menos cinco mil. No sobrevivirían a la batalla si Gunner y Asdelt no conseguían llegar. Bueno, si Gunner no llegaba. No se fiaba de Asdelt.
Cuando cayó, se quedó un atontado un momento antes de recomponerse, y cuando se levantó, vió que el muro de madera que tanto les había costado construir estaba siendo aplastado bajo toneladas de humanos enfurecidos; no tardaría en derrumbarse.
Shelder buscó a Leónidas y Héctor. Estaban enfrente de la puerta, con el resto de hombres-león detrás de ellos. Shelder se apresuró a ponerse al lado de su padre para la batalla.
-¡Escuchadme, hombres de Liuhome!-rugía Leónidas.-¡Un enemigo que ha, de algún modo, obtenido forma humana, intentará matarnos a todos y cada uno de nosotros!¡Pero aún podemos resistir!¡ Los hombres de Asdelt y de Gunner no tardarán en llegar!¡ Hasta ese momento, debemos resistir lo mejor que podamos!¿ Estaís conmigo, leones?
-¡ Estamos contigo, Leónidas!
Súbitamente, la puerta estalló, vomitando una horda de monstruos que entró en el campamento liune. Y con gritos de guerra, Shelder, Leónidas y Héctor cargaron contra ellos, seguidos de los leones.



Shelder se encontró de pronto rodeado de cadáveres de humanos y de hombres-león. Cuando quiso darse cuenta, un no muerto estaba cogiéndole por el cuello. Para intentar liberarse, Shelder le mordió la mano hasta arrancársela de cuajo. Pero era inútil. Ni siquiera le dolía el haber perdido una mano a dentelladas. El no muerto le cogió con la otra mano y empezó a estrangularle.
Shelder pensó que ese era el final más triste que podría tener un ejército. Atacados por una enorme horda de criaturas, superados en número en una escala de uno a cinco y sin recibir ninguna ayuda. Antes de morir, el joven quiso dirigir sus últimos pensamientos a su recién casada esposa, cuando de repente el ser que lo tenía sujeto empezó a arder, soltándole y dando gritos de dolor. Después, una enorme hoja de hacha le sobresalió del pecho, matándolo definitivamente. Antes de comprender que estaba pasando, otros humanos también ardieron. Entonces vio a los trasgos. No los había visto hasta ese momento, o quizás no los había distinguido de los no muertos. El caso es que Gunner había llegado al fin, cambiando las tornas de la batalla.
-¿Cómo estás, Shelder?-dijo una voz con un acento rudo.
Cuando vio al trasgo que poseía la voz, se sorprendió; era Krou. Llevaba un hacha en la mano derecha y un aparato extraño en la izquierda. Era el arma más extraña que había visto en su vida. Tenía un cañón más largo que el de un rifle, y a un costado llevaba un cilindro metálico con un símbolo de una llama.
-¿Qué es...?-comenzó Shelder.
-¿..esto?- terminó Krou.- Es un lanzallamas casero. Nos costó muchos materiales y créditos crear unos cuantos, pero parece que se amortizan bastante bien. Y hemos llegado a buena hora,¿me equivoco?
-¿Por que habéis tardado tanto?¡Esas bestias nos estaban destrozando!
-Digamos que alguien nos ata... ¡Mira!-gritó Krou señalando la batalla, y Shelder miró en esa dirección. No se lo podía creer.



Los humanos se estaban muriendo, o al menos eso parecía. Caían como troncos dando gritos de dolor, y no volvían a levantarse. Nruskas y liunes no daban crédito a lo que veían, aunque al menos estaban salvados. Cuando el último no muerto cayó, el campo de batalla que antes era el campamento se quedó en silencio. Entonces alguien(Srou, el hermano pequeño de Krou)lanzó un grito de victoria, y el resto lo imitaron. Habían ganado. Pero Shelder estaba demasiado ocupado en buscar a su padre como para alegrarse. Justo cuando empezó a pensar que había muerto, ĺo encontró junto a Héctor hablando con Gunner. Cuando Leónidas lo vio, la felicidad lo embriagó.
-¡Hijo!
-¡Padre!
Pero entonces, antes de que Leónidas pudiera abrazar a Shelder, una enorme hoja de cimitarra lo atravesó. El atacante era (no se lo podía creer) un troll con una armadura que poseía el símbolo de Asdelt. Dándole una mirada de adiós a Shelder, Leónidas murió. El troll sacó la espada del cadáver y se puso en posición de defensa... solo para recibir tres pistoletazos en el pecho por parte de Gunner. El troll se mantuvo de pie unos instantes, y después cayó fulminado.
Shelder no se lo podía creer: acababa de perder a su padre por un ataque a traición. Y de un secuaz de Asdelt. Nunca le había caído bien: era un ladrón, manipulador, tirano(opinaba él)... Pero no un asesino. Entonces Gunner exclamó a los liune:
-¿Veis?¡Vuestro señor está muerto, asesinado a manos de un hombre de Asdelt!¡A nosotros también nos traicionó, atacándonos por la retaguardia con los refuerzos que teóricamente nos iban a ayudar! Pero el miedo al fuego los espantó, y conseguimos llegar.
Entonces calló y puso una mano en el hombro de Shelder.
-Lo siento mucho, chaval. Se que querias mucho a tu padre, pero si hubiese sobrevivido, no habría tolerado esta ofensa. Si le declaras la guerra a Asdelt, no te prometo que ganarás, pero sí que Liuhome nunca será conquistado por Asdelt.¿Le declaras la guerra?
Shelder estaba destrozado, pero aún tenía un pensamiento, uno tan fuerte que ni siquera se libró de él cuando tuvo un hijo; venganza.
-Sí.



3 comentarios:

  1. ¡Por fin un poco de acción! ¡Gracias por el capítulo, ntonio

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  2. Con razón leones y trolls se llevan tan mal. seguro que asdelt es un nigromante

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  3. Es como si a Mufasa en vez de morir aplastado le atravesasen las entrañas con una espada

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