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viernes, 9 de junio de 2017

La metamorfosis

Dibujo de  María Ros

Un día, desperté por culpa de los primeros rayos de la mañana que se habían colado por los agujeros de las persianas  y decidieron reflejarse en mi rostro. Podría parecer un día como otro cualquiera, pero yo sabía que algo era diferente.
Me había levantado muy aturdida y mareada por culpa de un sueño muy extraño, pero lo raro es que, pese a que la luz en la habitación era muy tenue, veía mejor de lo que lo había hecho en toda mi vida .
Lo siguiente que me causó extrañeza fue las largas y afiladas uñas que habían crecido en mis dedos que habían desgarrado todas mis sábanas y cojines. Pero, cuando me dirigí al espejo, casi caigo desmayada por el asombro. En mi cabeza, donde antes sólo había unos cabellos negros y muy rizados, habían aparecido unas orejas de gato de un color canela. Mi cara y gran parte de mi cuerpo comenzaban a cubrirse de un pelaje del mismo color que las orejas con líneas de un tono más oscuro. El color marrón que caracterizaba a mis ojos se había transformado en un tono amarillo verdoso, como el de una uva y su forma, anteriormente redonda, había aumentado mucho de tamaño.
Intentaba hacer las cosas que solía hacer con soltura, pero no podía; incluso coger cualquier objeto me resultaba anómalo, como si nunca lo hubiera hecho. Intentaba hablar, pero las palabras quedaban encerradas en la prisión que hay en mi garganta. Cada vez me sentía menos humana, notaba la necesidad de perseguir ratones, beber leche y rasgar las cortinas.
Entonces entró mi padre, tan normal y humano como lo había sido siempre. Al verme, primero gritó como si intentaran matarle, y tras eso, se acercó, pensando que todo aquello era una alucinación. La situación se complicaba; el bello en mi cuerpo se multiplicaba, crecían largos y finos bigotes bajo mi nariz, que comenzaba a achatarse, y mi columna se sentía rara, como si ya no quisiera estar sobre dos patas .
Mi padre, aún en estado de shock y sin saber muy bien qué hacer, cogió una escoba y me dio ligeros golpes para que me fuera, y nunca he sentido una sensación de rechazo tan profunda; era como si fuera un simple gato callejero, aunque también crecía en mí un sentimiento de culpa al ver la cara atemorizada de mi padre y todo lo que le estaba haciendo pasar aquella mañana .
Entonces desperté, y me di cuenta de que todo había sido una mala jugada de mi mente, que, al parecer, había estado muy aburrida mientras yo dormía.
                                                    María Ros 3ºESO-D

                 
Dibujo de María Ros

Abro los ojos lentamente, como cualquier mañana, pero mi cuarto no se ve de la misma manera y no siento el pelo en mi cara como suele pasar. Decido mover mis manos para frotarme los ojos, pero lo único que siento son una especie de palitos muy finos. Al ver esto comienzo a asustarme un poco. Decido levantarme para ver lo que está pasando y lo que veo no me gusta mucho, lo que antes era mi pelo, ahora son un par de antenas. Mi sorpresa no se queda aquí, lo que se ve en el espejo no soy yo, sino una enorme mariposa. Tengo sentimientos encontrados, pero lo único que se me ocurre hacer es gritar. Mis padres llegan corriendo a mi cuarto y lo que mejor se aprecia en su cara es el color blanco, que les ha inundado. Me vuelvo a examinar en el espejo, para ver si todo esto es verdad y se observan dos alas gigantes de un color azul oscuro y púrpura. Nada en mi es como antes, lo único que conservo es el color marrón de mis ojos. La verdad es que no salgo de mi asombro y por un momento me planteo que todo puede ser un sueño, pero me pellizco y  me doy cuenta de que todo es demasiado real. Decido calmarme para no ponerme de los nervios y pienso que si me he levantado con aspecto de mariposa será porque tengo que aprender a volar.


Mercedes Funes



Dibujo de María Ros
Yo estaba despertándome para ir al instituto, pero algo cambió en mí; mi madre se asustó al verme y se fue a contárselo a mi padre. A mi alrededor, todas las cosas me parecían muy grandes. Cuando fui al servicio, me vi en el espejo y vi que tenía pico y plumas; al ver eso, pensé que era un sueño, pero no era verdad; tenía pico, plumas y dos patas con garras muy afiladas. En ese momento, fue cuando mi madre dijo que era un águila y fue a comprar pollitos troceados para mi desayuno. Al final, me convertí en persona porque me habían quitado el mal de ojo; sin embargo, me hubiese gustado seguir siendo un águila

Adrián Molina 








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