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martes, 12 de febrero de 2013

Capítulo 7: El regreso de Heldet



Por Antonio Gutiérrez Vargas

Hoy estaba feliz. Muy feliz.


Por fin regresaba a casa.


Años atrás, cuando Heldet vio volar a un dragón que se suponía que estaba muerto, se dio cuenta de que ese dragón debía ser mágico, pues morir por mordisco en el corazón era una cosa razonable, y revivir espontáneamente dias después una cosa prácticamente imposible. Esa noche, tras pensarlo mucho, decidió buscarlo por toda África (no tuvo en cuenta que el komodo podría vivir más lejos) , así que, sin decírselo a nadie (pues no hubieran dejado irse solo a un cachorro), ensilló su potro, preparó unas pocas provisiones y, sin que nadie lo supiera, se fue.
De eso hacía ya diez años.
Cuando partió, Heldet tan solo era conocido en Liuhome y en su área de influencia. Ahora era un héroe conocido en más de la mitad de África.
¿Por qué era un héroe? Cuando cumplió los trece años, Heldet llegó hasta la isla de Madagascar, y después a su costa este. Viendo que ya había recorrido todos los lugares marcados en el mapa como “zonas de dragones”, y teniendo en cuenta por fin que el dragón debía estar fuera de África, tuvo que resignarse que jamás volvería a ver al dragón.
Sin embargo, no tenía prisa por regresar a Liuhome. Por lo que el sabía, el Liuhome total solo lo componían unos pocos kilómetros porque técnicamente Shelder tenía poder sobre un feudo de unos 1000 kilómetros cuadrados. Liuhome, junto a Tiras y otras pocas ciudades formaban el reino de Joka Ufalme, literalmente, “Reino del Dragón”. Así que como técnicamente todavía estaba en casa (Madagascar también formaba parte de Joka), decidió pasar un tiempo corriendo aventuras como cazarrecompensas. Al principio le iba un poco mal, pues nadie contrataba a un preadolescente. Sin embargo, en una taberna de Cair, un día tuvo la suerte de encontrarse con una leona joven que tenía problemas con dos trolls. Ella quería contratarles como guardaespaldas para que la escoltasen hacia Liuhome, pero estos no aceptaban por clientes a mujeres. Como la liune insistía, estos se enfadaron e intentaron atacarla. Por desgracia para ellos, Heldet estaba en la mesa de al lado. Cuando este les gritó que dejasen en paz a la chica o sufriesen las consecuencias, los trolls rieron y se burlaron de que era imposible que un niño pudiese con ellos. Entonces, Heldet les reveló que el era el liune que acabó con el dragón que atacó Liuhome junto a unos nruskas. Todos los que estaban en la taberna conocían la historia, pero para darle más credibilidad, Heldet les enseñó la parte de la cola donde estaba la cicatriz del mordisco. Esto debió asustarles bastante, porque cuando la vieron, salieron de la taberna gritando y corriendo como demonios perseguidos por un santo, causando las risas de los comensales y parroquianos. Agradecida, la leona quiso darle un saquillo con créditos que ella tenía, pero Heldet le pidió que en vez de eso, fuese a Liuhome para decirles a Senai y a Shelder que estaría un tiempo fuera de Liuhome.
A partir de ese incidente, a Heldet no paraba de lloverle el trabajo, e hizo algunos que otros hubieran preferido evitar: arrestó a toda una tribu de gornoks, una raza bárbara de hienas; escoltó aristócratas desde Cair hasta Cartago, con la ruta llena de monstruos, animales salvajes y bandidos; rescató rehenes de manos de bandidos... e, incluso, cazó en Libia un enorme guiverno el triple de grande que el dragón de komodo (aunque esta vez armado). Todo esto le convirtió en un héroe para la gente.
Sin embargo, empezó a sentirse deprimido, asustado incluso. Porque incluso años después, todavía tenía pesadillas.


Las pesadillas siempre eran las mismas: él enfrentándose a una horda de enemigos, y después siendo apresado y devorado por un humano-dragón gigante. Sin embargo, ya habían pasado cinco años desde la última vez. Heldet empezó a recordar al dragón de komodo, y volvió a buscarlo, esta vez en la otra mitad de África, que no formaba parte de Joka Ufalme, sin éxito. Las pesadillas también le recordaron que tenía un hogar. Decidiendo que ya estaba saciado de aventuras, Heldet se despidió dee todos los que conocía en Cair (que no eran pocos) y se dirigió a Liuhome por el sur.
El viaje fue tranquilo al principio, pero luego se volvió peligroso debido a los animales que vivían en esa parte de África: leopardos, hienas, leones, dragones... Pero los más peligrosos fueron los udjats, cobras gigantes que estaban emparentadas con los dragones pero que no respiraban fuego ni hielo, pero que también volaban y podían lanzar veneno por sus colmillos. Por culpa de uno de ellos Heldet perdió a su caballo, y por poco perdió la vida, si no se hubiera escondido en una cueva cercana hasta que el udjat se fue. Viendo que desde ese momento tendría que viajar a pie, siguió viajando hasta que, cansado y muerto de hambre, llegó al campamento en el que murió su abuelo.


El porqué Shelder no lo había desmantelado después de la batalla, no lo sabía. Lo que sí sabía era que podría descansar de forma segura, porque la única parte de la empalizada que estaba en mal estado era la puerta, porque prácticamente algo la había roto en pedazos. Heldet supuso que fueron los muertos enemigos los que la destrozaron.
Aunque en el campamento no había ningún alma, estaba lleno de cadáveres de criaturas peladas, con ropas extrañas y cinco dedos en pies y brazos, y de leones; incluso había algunos de trasgos. Por el aspecto de las criaturas (algunas de las cuales estaban casi carbonizadas), Heldet supuso que eran humanos. Pero eran muy extraños.
Después de meditarlo, decidió quedarse una noche en el campamento. Al día siguiente, anduvo unos quince kilómetros hasta que, en el horizonte, divisó Liuhome.


Por fin, después de años salvando gente, matando monstruos y buscando una criatura que casi lo destroza, regresaba a su hogar.


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