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lunes, 23 de diciembre de 2013

Cristianismo y laicidad

Lo que a continuación sigue es un resumen -con extractos- del primer capítulo del libro Cristianismo y laicidad. Historia y actualidad de una relación compleja, de Martin Rhonheimer (Ed. Rialp, Madrid, 2009), trad. de José Ramón Pérez Arangüena, libro que recomiendo vivamente.

El cristianismo ha introducido en la historia una novedad absoluta: la independencia de la religión respecto del poder político y la independencia del orden legal respecto de la religión.
Así aparece citado por un tratadista francés del siglo XIX, Fustel de Coulanges:
"El cristianismo fue la primera religión que no quiso que el derecho dependiera de la religión".

Y es que el cristianismo no venía a  crear un nuevo orden de lo temporal, sino a salvar la belleza y la bondad de la creación, así como a evitar la degeneración del mal. Eso explica que la filosofía y el derecho grecorromanos pudieran integrarse en la civilización cristiana.
El Islam, en cambio, define la política y el derecho a partir de la religión.

Si nos fijamos en la cita bíblica "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" ( Mt 22, 21), el fundador de una religión deja abierta la responsabilidad personal de ciudadano, declarándose incompetente en esta materia, ya que su reino no es de este mundo.
Lo único que el cristianismo reivindica del poder político es la libertad y la igualdad como ciudadano. Ocurrió que los emperadores, ya cristianos, en perfecta continuidad con la idea típicamente romana de la función política de la religión, se consideraron investidos del poder episcopal y se entrometieron en tareas eclesiásticas.

Hay que decir que la Iglesia percibe que la tarea esencial es la de conducir a la salvación eterna a los hombres. Cuando se le adjudicó el calificativo de cercana al poder político hay que entenderlo como fruto de la mentalidad romana e imperial y como una injerencia cesaropapista de los emperadores romanos. Eso provocó toma de posiciones de Ambrosio de Milán y Atanasio.
Más tarde, el lema In hoc signo vinces (con esta señal vencerás), que Constantino aseguró haber visto rodeando la Cruz de Cristo antes de la batalla era un augurio político en la esperanza de que el Dios de los cristianos sería el que otorgaría seguridad, estabilidad y prosperidad al Imperio.
Será San Agustín quien, en su De civitate Dei, disuelva definitivamente el nexo entre Imperio e Iglesia.

El cristianismo traerá la promesa de la liberación del pecado mediante el bautismo, y además, un nuevo orden jurídico, un sistema legal, el derecho y la superación de un derecho meramente consuetudinario y tribal; traerá consigo la mejora decisiva de la situación de la mujer, la cual, gracias al derecho matrimonial impuesto por la Iglesia, será tratada con paridad respecto al varón; traerá la idea de la igualdad fundamental de los hombres, mejorando la posición de la mujer y de los esclavos, y protegiendo a los pobres y a los incapaces de defenderse.
Miguel Ángel Moreno Cazalilla

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