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jueves, 12 de enero de 2012

Carta de un socialista a su hijo


QUERIDO HIJO, me pides un justificante que te exima
de cursar la religión, un poco por tener la gloria de proceder
de distinta manera que la mayor parte de los condiscípulos,
y temo que también un poco para parecer digno
hijo de un hombre que no tiene convicciones religiosas.
Este justificante, querido hijo, no te lo envío ni te lo enviaré
jamás.
No es porque desee que seas clerical, a pesar de que
no hay en esto ningún peligro, ni lo hay tampoco en que
profeses las creencias que te expondrá el profesor. Cuando
tengas la edad suficiente para juzgar, serás completamente
libre; pero tengo empeño decidido en que tu instrucción
y tu educación sean completas, y no lo serían sin
un estudio serio de la religión.
Te parecerá extraño este lenguaje después de haber
oído tan bellas declaraciones sobre esta cuestión; son, hijo
mío, declaraciones buenas para arrastrar a algunos, pero
que están en pugna con el más elemental buen sentido.
¿Cómo sería completa tu instrucción sin un conocimiento
suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo
el mundo discute? ¿Quisieras tú, por ignorancia voluntaria,
no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin exponerte
a soltar un disparate?
Dejemos a un lado la política y las discusiones, y veamos
lo que se refiere a los conocimientos indispensables
que debe tener un hombre de cierta posición. Estudias mitología
para comprender la historia y la civilización de los
griegos y de los romanos, y ¿qué comprenderías de la historia
de Europa y del mundo entero después de Jesucristo,
sin conocer la religión que cambió la faz del mundo y
produjo una nueva civilización? En el arte, ¿qué serán para
ti las obras maestras de la Edad Medía y de los tiempos
modernos, si no conoces el motivo que las ha inspirado y
las ideas religiosas que ellas contienen? En las letras,
¿puedes dejar de conocer no sólo a Bossuet, Fenelón, Lacordaire,
De Maistre, Veuillot y tantos otros que se ocuparon
exclusivamente en cuestiones religiosas, sino también
a Corneille, Racine, Hugo, en una palabra, a todos estos
grandes maestros que debieron al cristianismo sus más
bellas inspiraciones? Si se trata de derecho, de filosofía o
de moral, ¿puedes ignorar la expresión más clara del Derecho
Natural, la filosofía más extendida, la moral más
sabía y más universal? –éste es el pensamiento de Juan
Jacobo Rousseau–.
Hasta en las ciencias naturales y matemáticas encontrarás
la religión: Pascal y Newton eran cristianos fervientes;
Ampère era piadoso; Pasteur probaba la existencia de
Dios y decía haber recobrado por la ciencia la fe de un
bretón; Flammarion se entrega a fantasías teológicas.
¿Querrás tú condenarte a saltar páginas en todas tus lecturas
y en todos tus estudios? Hay que confesarlo: la religión
está íntimamente unida a todas las manifestaciones
de la inteligencia humana; es la base de la civilización; y
es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una
manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia
que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas
inteligencias preclaras. Ya que hablo de educación: ¿para
ser un joven bien educado, es preciso conocer y practicar
las leyes de la Iglesia? Sólo te diré lo siguiente: nada hay
que reprochar a los que las practican fielmente y con mucha
frecuencia hay que llorar por los que no las toman en
cuenta. No fijándome sino en la cortesía, en el simple «sa-
voir vivre», hay que convenir en la necesidad de conocer
las convicciones y los sentimientos de las personas religiosas.
Si no estamos obligados a imitarlas, debemos, por lo
menos, comprenderlas, para poder guardarles el respeto,
las consideraciones y la tolerancia que les son debidas. Nadie
será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable sin
nociones religiosas.
Querido hijo: convéncete de lo que te digo: muchos tienen
interés en que los demás desconozcan la religión; pero
todo el mundo desea conocerla. En cuanto a la libertad de
conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería
que rechazan de consuno los hechos y el sentido común.
Muchos anti-católicos conocen por lo menos medianamente
la religión; otros han recibido educación religiosa; su
conducta prueba que han conservado toda su libertad.
Además, no es preciso ser un genio para comprender
que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los
que tienen facultad para serlo, pues, en caso contrario, la
ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara:
la libertad exige la facultad de poder obrar en sentido contrario.
Te sorprenderá esta carta, pero precisa, hijo mío,
que un padre diga siempre la verdad a su hijo. Ningún
compromiso podría excusarme de esa obligación.
(Texto sacado del Diario de Sesiones de las
Cortes españolas, 1 de Marzo de 1933).



Jean Jaurès 
                      

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