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jueves, 10 de mayo de 2012

DOSTOIEVSKI EN BAEZA Y ÚBEDA

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El olor que provenía de la fábrica de aceite de oliva no hacía más que sorprender a mi repertorio de olores. Era un olor un tanto extraño, propio de Baeza; habría quien lo calificaría como desagradable, pero no es ese su rasgo. Acostumbrados al olor de portales y coches de Moscú, el olor de la fábrica de aceite de oliva, es más que agradable. En un día tan soleado no había mejor plan que dejar atrás el hotel y dirigirse hacia este pueblo jienense.
El autocar nos dejó en “La plaza de los Leones” o “Plaza del Pópulo”; mientras el guía contaba lo significante e ilustre de la plaza, yo preferí analizar el panorama por mi cuenta. El segundo lugar es más antiguo que el primero; imaginé que antiguamente, a lo mejor en la época medieval o feudal, campesinos y burgueses se reunían en esta plaza (de ahí su nombre). El nombre de Plaza de los  Leones se le atribuye por la presencia de una fuente en medio de la plaza; en ella hay dos toros y dos leones que parece que sujetan a una dama, la cual parecía ser importante y/o conocida (Imilce). En la plaza había dos arcos; seguramente era la entrada al pueblo tras una victoria.
Tuvimos la oportunidad de ver el aula donde Antonio Machado impartió clase. El patio del colegio me pareció que tenía todas las características de un patio español. Y sólo pensar que hace cien años un escritor tan importante en la literatura española estuvo aquí, sólo al pensarlo sentía como si la cabeza se me llenase de inmensa cultura.
Al recorrer las calles de Baeza, nos dábamos cuenta de lo asombrosa que es: los patios, las casas, los balcones…, todo era tan diferente, y a la vez admirable, de lo que estábamos acostumbrados a ver cada día. Baeza es un pueblo muy cultural e histórico; en cada rincón hay algo que merece la pena ver.
Al estar todo tan concentrado, nos dio tiempo para visitar otro municipio de Jaén: Úbeda. Este pueblo, al igual que el primero, estaba repleto de cultura, de estructuras arquitectónicas que agradaban a la vista.
La experiencia que vivimos en Úbeda, más bien en la iglesia donde vivió y murió San Juan de la Cruz, fue inmensa. Pudimos observar la mesa donde yació su cuerpo, la pequeña habitación donde transcurrían sus días…
Al llegar al fin de este largo y grato día, me acordé de aquello que decía Fiodor Dostoievski: “El hombre encuentra tiempo para todo lo que él realmente quiere”, en otras palabras: el que conoce la belleza cultural de estos dos lugares, tendrá ocasión para disfrutarlos una y otra vez. 
Ekaterina Safonova 4ºC






























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