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miércoles, 15 de enero de 2014

Los descendientes: viaje por Hispania (Cap. 1)


EN LUGAR DESCONOCIDO







Lo primero que notó es que hacía frío, y que estaba tumbado en terreno arenoso, lo que no tenía sentido, pues el único lugar hecho de arena que el conocía era el desierto, y allí la temperatura llegaba a evaporar el agua. Entonces se dio cuenta de algo.

De que estaba en Hispania.


Luego de que Drakk volase hacia tierra, Daverd pidió explícitamente a Bianca que les dejase una barca del Orca roja para desembarcar. La leona intentó hacerle cambiar de opinión diciéndole que no sobrevivirían ni dos días antes de llegar a las llanuras. Y Daverd, como enano que era, no quiso hacerle caso.


-Ya llevamos aquí dos días, Bianca se ha marchado y Drakk no ha vuelto. ¿Por que no nos dirigimos por fin a la aldea de Sheila?
-Primero: no llevamos dos días en la costa, te desmayaste cuando te sacamos del agua. Segundo: Bianca se ha ido porque se lo pedí. Tercero: Drakk está justo a tu lado.-replicó el dawerf sin barba a quién había conocido menos de un mes atrás.
Heldet casi sufrió un infarto al sentir el frío contacto del reptil que era “amigo” de Sheila. Todavía tenía pesadillas en las que al final acababa como un montón de cenizas.
Sin embargo, al dragón no parecía importarle. Y al contrario de la última vez, llevaba una carta entre sus fauces.
Sin darle tiempo a abrir la boca, Daverd le arrancó el trozo de cuero de la boca. Tras terminar de leer, parecía que sus ojos querían salir de sus cuencas.
-¿Que pasa?
Daverd no dijo nada. Simplemente se dio la vuelta y subió la colina de arena.
Musitando una maldición, Heldet gritó a Sheila, que estaba fabricando más flechas.
-Heldet, ¿que...
-No hay tiempo. Dile a tu dragón que nos siga, y ponte a correr.
-¿Que sucede?¿Donde está Daverd?
-Se ha ido. Y si el se va...- Su voz fue eclipsada por el sonido de las arenas moviéndose. Detrás de los tres surgió una manada de cangrejos gigantes.

Daverd estaba de todo menos alegre. La carta, enviada por el padre de Sheila, decía que los orcos estaban bloqueando varias aldeas de la Meseta. Los hombres-lobo se morían de hambre, pues los orcos ahuyentaban o cazaban a cualquier animal que se acercase a la zona. Tarde o temprano, la guerra oculta se convertiría en una guerra de verdad.
Unos gritos de terror interrumpieron sus pensamientos. Eran Heldet, Sheila y Drakk, que corrían en su dirección. Extrañado, el dawerf miró hacia la playa y los vio. Decenas de cangrejos, del tamaño de hipopótamos, los estaban persiguiendo, y no parecían muy felices de tener intrusos en su playa.
Daverd, siendo el sabio que era, se puso a correr detrás de los jóvenes. Pero a diferencia de sus tres acompañantes, el no corría para salvar la vida, sino para salvar vidas.

                                                                    Antonio Gutiérrez

jueves, 11 de abril de 2013

Capítulo 11: El origen de todo


Por Antonio Gutiérrez



Cuando Heldet entró en la habitación, descubrió que era una herrería hecha para trolls, pues el techo estaba a tres metros de altura, y era muy ancha. Sin embargo, lo único que parecía haber sido usado recientemente era la fragua; el resto estaba cubierto de polvo. Además, la propia fragua estaba apagada.
¿Por qué estoy pensando en la fragua?”, pensó el liune.
Porque los enanos siempre forjan o arreglan algo en ellas” se respondió a si mismo. Eso era verdad, pues los enanos siempre estaban estaban forjando cosas, y esas cosas solía venderse a precios astronómicos, pues estaban hechas de una aleación que las volvía muy resistentes. Los enanos que jamás herraban o forjaban eran repudiados por los demás.
Mientras pensaba en esto, no se dio cuenta de que Sheila estaba sentada en una mesa de madera, pensando en algo.
Entonces Daverd entró en la habitación, murmurando algo de “no tocar” y “revivir...” en un idioma que Heldet reconoció como ruso (la gente que lo contrataba hablaba múltiple, inglés, swajili, francés y ruso, asi que los idiomas no se le daban mal).
El dawerf se acercó a la mesa, se sentó cerca de Sheila, que lo miraba preocupado, y, con un tono de voz que hacía parecer que tuviera cien años (cincuenta normales) en vez de cincuenta (treinta), le dijo a Heldet:
-Siéntate.
Heldet iba a protestar, pero entonces se fijó en sus negros ojos, y se estremeció. Pocas cosas lo intimidaban, y ni siquiera un enorme león adulto o un dragón gigante podían. En cambio, la mirada de Daverd había pasado de ser alegre a ser muy, muy seria. Lo único que la suavizaba era la mirada azul y preocupada de Sheila; pero no la suavizaba del todo.
Lentamente, Heldet se acercó a una silla y se sentó en ella. Daverd suspiró profundamente y dijo:
-¿Que sucede en tus pesadillas?
La pregunta, hecha directamente, sorprendió a Heldet, pero se acordó de que Daverd sabía cosas (aunque no sabía que cosas), así que procedió a contar lo que le pasaba desde el principio.
-Al principio, aparecía combatiendo contra un ejército, y entonces...
-¿Cuánto medía ese ejército?-interrumpió Daverd.
-No lo sé, pero podían ser miles, millones tal vez.
-¿Quiénes lo componían?
-Trolls, orcos, hienas, dragones, trasgos y, viendo uno de ellos ahí fuera, stelriants.
-¿Qué pasó?
-Combatí con todas mis fuerzas, pero al final consiguieron acorralarme; pero antes de que me mataran...
-... Apareció un humano y el ejército se desintegró, ¿verdad?
-Sí, y entonces el humano se transformó en un drakkune gigantesco, como un stelriant, y me devoraba.
Después de un corto silencio, Daverd se dirigió a Sheila.
-¿Que sucedió la ultima vez que te pasó a ti?
¿Sheila también tenía pesadillas? Al parecer sí, porque respondió:
-Yo luchaba contra un ejercito de orcos, a punto de morir, cuando de repente apareció Drakk. Pensé que iba a salvarme, pero entonces...- la voz se le quebró y no pudo continuar.
-... Te abría en canal, ¿no?- terminó Daverd por ella.
La loba asintió, y el rostro del dawerf se ensombreció. Heldet, harto ya de tanto secretismo, le preguntó sin miramientos:
-¿Por qué quieres saber todo eso?¿Por qué tantas preguntas?
Al oír esto, Daverd giró lentamente la cabeza hacia Heldet y, lentamente, le preguntó:
-¿Sabes cuál es el origen de todo?
-Pues... el Big Bang, creo.
-¿Y después?
-La evolución, supongo. Primero aparecieron las células, las cuáles...
-Te equivocas. Ese no es el origen de todo.
-¿Entonces cuál es?- exclamó irritado Heldet.
Daverd, alternando la mirada entre Sheila y Heldet, volvió a hablar:
-Os voy a contaros la verdad auténtica; la de los dioses.


-Hace miles de millones de años, estalló en el vacío una explosión infinita, el Big Bang. En eso no te equivocabas, Heldet.
»Sin embargo, de la explosión resultante todavía quedaron pedazos de energía cósmica que, tras millones de años, adquirieron conciencia. Esas entidades eran los dioses.
»Las mitologías suelen decir que solo sus dioses existen. En realidad, existen todos los de las religiones más importantes en la antigüedad, o sea, celtas, nórdicos, egipcios, griegos y sumerios: Frey, Atenea, Tiamat, Belenos... Pero los más importantes de cada una eran Teutatis, Odín, Zeus, Anu y Ra. Y, al contrario de lo que se cree, estos no crearon la Tierra, sino que la encontraron.
»Por que la Tierra, no lo sé. Quizás porque como entonces eran grandes cúmulos de energía, querían crear vida. Solo había un problema: debían desprenderse de parte de su lado destructivo. Era una elección difícil, pues para eso tendrían que adquirir formas físicas, y todavía no había formas de vida en las que basarse. Asi que hicieron algo que después lamentarían: se arrancaron su parte destructiva de cuajo (algunos mantuvieron un poco, y esos fueron dioses de la muerte y de la guerra) aún siendo energía pura.
»Sin embargo, esas “partes malas” acabaron por adquirir conciencia propia. Mientras los dioses iban haciendo la Tierra habitable, esas conciencias acabaron adquiriendo una personalidad maligna pues, al estar completamente hechas de las partes malvadas de los dioses, solo podían ser eso. Eran demonios, criaturas que destruían sin motivos siquiera.
»Los dioses se dieron cuenta demasiado tarde de su error. Por fortuna, los demonios eran aún débiles, así que los dioses los encerraron en un plano lo suficientemente grande como para albergarlos a todos. Sin embargo, el poder de los demonios crecía con su número, y este aumentaba cada vez más rápido. Pronto serían lo suficientemente poderosos como para escapar de su dimensión y arrasar la Tierra. Pero midiéndolo, el tiempo que tardarían en hacerlo sería en millones de años.
»Mientras tanto, la Tierra ya albergaba vida compleja, y ya era el Mesozico, la era de los dinosaurios.
-¿Qué eran los dinosaurios?-preguntó Heldet. La historia empezaba a interesarle, y mucho.
-Los dinosaurios eran grandes reptiles que dominaron el planeta durante millones de años. Algunos no eran mucho más grandes que un enano, mientras que otros superaban en tamaño a elefantes e incluso a ballenas. Podría decirse que eran la obra maestra de los dioses.
»Sin embargo, entre los dinosaurios destacaban los dragones.
-¿Los dragones son dinosaurios?
-Para ser exactos, los actuales son descendientes de dragones mesozoicos, pues esos no podían echar fuego ni nada. ¿Por dónde iba? Ah, sí. Los dragones eran las criaturas más poderosas del Mesozoico. En tierra, cazaban saurópodos que podían medir hasta cuarenta metros, y los grandes terópodos los evitaban si podían, aunque eran grandes rivales para ellos. En el aire, los pterosaurios más grandes huían tan solo con verlos en la distancia. Y en el mar, ni tiburones, ni plesiosauros, ni pliosaurios podían esquivar sus letales fauces. Eran los señores indiscutibles de la Tierra.
»Sin embargo, para los dioses el tiempo pasa muy rápido, por lo que pronto vieron que a los demonios les faltaba poco para escapar.
»Fue Zeus quién, con su sabiduría, decidió hacer algo: reunió una parte del poder de cada dios y combinó esas energías con piedras siderales, y creó las rocas astrales, las dadoras de magia.
»Su plan consistía en que, si ellos no podían hacer nada por no ser formas físicas, y en que si los dinosaurios no podían defenderse, solo había una opción: estrellar una gigantesca roca astral contra la Tierra y liberar su energía en todo el mundo para que, en un futuro, las especies inteligentes que evolucionasen utilizasen la magia para combatir a los demonios. Sin embargo, dado el tamaño del meteorito y la velocidad a la que tendría que ir para poder traspasar la atmósfera, se dieron cuenta de que el choque ocasionaría catástrofes que podrían acabar con la vida en la Tierra. Lo lamentaron mucho por los grandes reptiles, y las aves y mamíferos que iban surgiendo, pero decidieron arriesgarse, y después comprobaron que fue una decisión acertada.
»Cuando el meteoro chocó, generó una gigantesca onda expansiva que provocó terremotos y generó volcanes por todo el planeta. Los volcanes expulsaron tal cantidad de ceniza que el cielo se oscureció durante años, provocando la muerte de muchas plantas y, a la larga, la de los animales herbívoros y carnívoros. Los dragones sobrevivieron porque también sobrevivieron mamíferos, aves y reptiles, y algunos peces; presas fáciles. Volar, poder vivir hasta un mes sin comida ni agua y tener los sentidos agudizados era una ventaja en una época donde el cielo estaba lleno de ceniza y donde la oscuridad predominaba.
»Hace algo más de cinco millones de años, el primer antepasado del hombre llegó.


Cuando llegó hasta ahí, Daverd miró a los jóvenes, y les preguntó:
-¿Sabéis lo que es la evolución?
Sheila lo ignoraba, pero Heldet si conocía el concepto.
-Bien entonces; sabrás entonces que el antepasado del hombre era un simio no muy distinto de un chimpancé.
-Sí.
-Lo mismo ocurre con los liune. O los fenrusnes
-¿Qué?
-Los liune, Heldet, sois una evolución de los leones.
Heldet se quedó sin habla. ¿Leones, sus parientes? Eso para él sonaba extraño, y el hecho de que a veces los cazaba, lo extrañaba aún más. Sin embargo, quería seguir escuchando a Daverd, asi que lo apremió a continuar.
-Como sabes, la evolución surge de la necesidad de una especie para sobrevivir en su entorno, especialmente para evitar a los dragones. Los antepasados de los humanos simplemente bajaron de los árboles, se levantaron sobre sus patas traseras para ver por encima de la maleza, se volvieron más inteligentes y empezaron a usar utensilios. Sin embargo, para los otros animales no fue tan distinto.
»Otros simios también evolucionaron así, pero se hicieron más pequeños y prefirieron vivir bajo tierra. Serían los futuros enanos. En cambio, algunos antepasados de los babuinos perdieron la cola, se hicieron más grandes, desarrollaron piel azulada y afilados dientes y se volvieron más agresivos, los trasgos.
»Los leones, en cambio, tuvieron una metamorfosis muy peculiar. Ser un eslabón alto en la cadena alimentaria no significa que se esté a salvo de otros seres. Los dragones tenían gran competencia entonces, pero seguían siendo las criaturas más poderosas. Por eso, algunos leones hicieron lo mismo que los simios; les costó, ya que los felinos no están adaptados para andar a dos patas. Como lo consiguieron, no lo sé.
»Cuando los dioses volvieron a mirar al mundo, vieron que ya había civilizaciones. Como ya había criaturas en las que basarse, los dioses adquieron por fin una forma física. La mayoría tenía forma humana, pero muchos de los egipcios adquirieron formas de licántropos: Sekhmet, Anubis, Horus...
»Los dioses decidieron entonces repartirse el patronazgo de las razas. Los hombres-lobo, para los celtas; los hombres-cocodrilo y hombres-halcón, para los egipcios; los trolls y enanos, para los nórdicos; los hombres-dragón, para los sumerios. Y para los griegos, los liune y los minotauros.
»Los humanos , los trasgos y los dragones eran de todos, pero los orcos, aunque eran de origen céltico, se pasaron al lado de los Aesir. Viendo esto, algunas divinidades crearon sus propias razas de cero para compensar, sin ver que eso aceleraría la fuga de los demonios...- antes de poder continuar, Sheila interrumpió al enano.
-¿Qué razas?
-Ya sabes, las que los dioses crearon directamente desde cero. Por ejemplo, Hefesto creó a los cíclopes a partir de la tierra, y Frey a los elfos de su propia piel, por eso que fueran tan bellos y longevos.
»Sin embargo, tras la destrucción del imperio romano, en el Medioevo, las cosas fueron muy mal. Con la llegada de las grandes religiones, los que no eran humanos eran considerados monstruos y cazados en masa. A cambio, los hombres eran masacrados en zonas de liune, trockas, nruskas y demás. Los dawerf, en cambio, fueron menos llamativos. Los humanos pensaban que eran hombres más bajos de lo habitual, pero hombres de todas formas.
»Sin embargo, hace un millón de años, los demonios se liberaron, y, ¿sabéis quién los lideraba?
Heldet pensó que sería Asdelt, pero inmediatamente obvió que no porque era un troll. Sin embargo, conocía a alguien que si era un demonio.
-Zexel.
-Exacto. Chicos, hay muchos tipos de demonios con diferentes y horripilantes formas: diablillos, íncubos, súcubos, cerberos... Sin embargo, Zexel era (y és) uno de los pocos que había adquirido forma de dragón; de drakkune, en realidad. Y, al contrario que otros demonios, que buscaban destruir el planeta, el veía otra posibilidad mucho más beneficiosa y siniestra: extraerles el alma a los terrícolas y utilizarlas contra los dioses y, a su vez, extraerles la energía.
-¿Para qué?
-Para dominar no solo la Tierra o el universo, sino para tener el poder de crear y destruir universos.
»El plan entusiasmó a los demonios, pero fue entonces cuando Zexel demostró su lado más maligno. Les dijo que no podían hacer nada mientras fueran simples monstruos, pues era posible combatirlos y, obviamente, matarlos.
»La solución también la dio Zexel. Les enseñó unos diseños que él mismo había creado, que mostraban unas máquinas de guerra que eran diez veces diez tanques. Eran muy imponentes, sus tres patas eran el soporte más estable, y portaban mortales lanzallamas infernales, de los que un impacto directo equivalía a una bomba de cuarto de kilotón. Eran poderosas, pero tenían un inconveniente: necesitaban energía vital, que viene a decir que necesitaban almas para funcionar. Almas de demonio.
»Algunos demonios se dieron cuenta del engaño, pero ya era demasiado tarde. Muchos demonios habían muerto para meter sus almas en las máquinas, pero tan pronto como se metieron en ellas, perdieron la capacidad de pensar por si mismos y se transformaron en simples autómatas a las órdenes de Zexel. Los stelriants. Este, al ver que ya disponía de un ejercito que si merecía el apelativo de “imparable”, conquistó su dimensión. Sin embargo, siguió con el plan de atacar la Tierra.
»Nunca en la historia del hombre se habían visto máquinas como aquellas. Por cada uno que destruían, venían diez. Su apéndices tentaculares azotaban el aire. Sus llamas incineraban todo ser vivo que se ponía a su alcance. Pero eso no era lo peor. No, lo peor era una jaula que, si se llenaba de seres vivos, les aspiraba el alma.
»Los demonios siguieron así hasta que mataron al último humano. Y cuando lo hicieron, descargaron su sed de sangre en los demás.
»Los elfos y centauros, creyéndose superiores a las otras razas, cargaron y destruyeron muchos stelriants, pero al final solo los hicieron más fuertes. Asi siguieron hasta que se rindieron las razas restantes. Luego llegó una era maldita, una era tan horrible, que actualmente muy pocos se acuerdan de ella.
-¿Qué era?
-La Era del Terror.
»Durante varios siglos, los demonios devoraron y asesinaron a millones de personas, y a las que no mataban, les obligaban a unirse a ellos.
»Sin embargo, Zexel, que se había convertido en su líder, se desentendió de lo que hacían y, con un pequeño ejército, se dirigió al Norte, a Escandinavia.
»Buscaba el Bifrost, el Puente del Arcoíris.
-¿Para que necesitaba Zexel un puente?-preguntó Sheila.
-Para poder llegar al Yggdrasil.
»Técnicamente hablando, el Yggdrasil es un monstruoso fresno donde viven los dioses nórdicos, dividido en varios submundos unidos entre sí por portales. Antes allí vivían también los elfos, antes de ser extintos por los demonios.
»El objetivo de Zexel era el pozo Mímisbrunnr. Es un pozo mágico de aspecto normal, con la diferencia de que aquel que beba de él sabrá todo lo que desee. Sin embargo, Zexel lo buscaba porque creía que en el fondo estaba el ojo de Odín.
»Cuenta una leyenda que Odín, deseando saberlo todo para siempre, quisó beber de él. Sin embargo, Mímir, el gigante guardián del pozo, le dijo que para hacer eso, Odín debía arrojar algo personal al agua. Y lo que lanzó fue el ojo. Zexel creía entonces (y puede que todavía) que el ojo, al estar miles de años en contacto con esa agua mágica, se había vuelto un objeto de gran poder.
»Sin embargo, mientras estaba buscando el Bifrost, la vida en el resto del planeta iba pereciendo, pues los demonios, en un acto de crueldad, llenaron el cielo de cenizas. El sufrimiento de los mortales conmovió tanto a los dioses, que estos decidieron actuar. Sin embargo, ellos no pelearían contra el mal, sino sus Elegidos.
Daverd dijo la palabra con tal énfasis que Heldet le preguntó:
-¿Quiénes eran los Elegidos?
-Los elegidos, Heldet, fueron personas que, gracias a los poderes divinos, eran inmunes al poder demoníaco. Y la primera de ellos fue Lás, la Leona.
»Lás nació en lo que hoy se conoce como Liuhome; tu hogar, Heldet. Vivía bien, pues su padre había hecho un trato con Molg, el demonio que gobernaba la región, en el cuál ofrecía sus servicios y el de sus descendientes para siempre-(al oír esto Heldet se estremeció sin saber por qué)-. Sin embargo, para lo que su padre era una manera de sobrevivir, para ella era peor que una maldición. Todos los días veía a gente siendo torturada hasta la muerte, u obligada a unirse a los ejercitos malignos para subyugar a los que se oponían a los demonios, y se sentía impotentente. Así que un día se fugó.
»Durante días, Lás fue perseguida por demonios y soldados, pero ella conseguia esquivarlos. Sin embargo, Lás se encontró con un dios en en el Sáhara.
»Nadie sabe que dios fue quien le habló. Pudo haber sido Sekhmet, la diosa egipcia de la guerra; o Anubis, dios de la muerte. En cualquier caso, el dios anónimo le encomendó a Lás la tarea de liberar al mundo del yugo demoníaco; para eso, debía derrotar a Zexel, el señor de los demonios. La leona acepto, entusiasmada, y preguntó adonde debía ir. El dios le dijo que debía ir rumbo al Norte, mas allá del Estrecho.
»Por el camino, Lás se encontró con un lobo druida que había sido llamado por el mismo dios que la liune; se llamaba Eidan, “El Fuego Eterno”. Este le explicó que, aparte de la tarea, el dios le reveló que nunca vencerían a Zexel solos, que debían buscar a otros cinco Elegidos. Estos fueron Carauno, el trasgo celtíbero; Torolf, el orco Jutland; Jorgen, el troll frisio; Esben, el enano danés; y Julio, un dragón miembro de una orden de caballeros, los Caballeros de la orden de Minerva, que combatían a los demonios desde la Península Itálica. Juntos, los siete amigos viajaron por el mundo eliminando a los lugartenientes demoníacos y mortales de Zexel hasta que, un día, llegaron a las ruinas de lo que antes se conocía como Estocolmo. Allí se enfrentaron a Zexel.
»El demonio había encontrado el Bifrost, pero los Aesir habían puesto en su entrada a un guardián, un poderoso dragón, que diezmó a su ejército y sólo lo dejó vivo a él. Debilitado por la derrota, Zexel no se percató de la muerte de sus oficiales. Cuando se transportó a la fortaleza rusa de Tormecnat, un ejército aliado de enanos, hombres-lobo y minotauros le tendió una trampa, haciendo llover fuego del cielo. Sin embargo, Zexel sobrevivió y, enfurecido, voló hacia Estocolmo, donde los Elegidos lo vencieron difícilmente.
»Al ser derrotado, Zexel perdió el poco poder que poseía, y se volvió un hombre-dragón, más poderoso que uno normal, pero más débil que cuando era un demonio. Y, al perder el poder, se generó un monstruoso vórtice que absorbió a la gran mayoría de los demonios hasta que se cerró.
»La desaparición de los demonios favoreció a los ejércitos rebeldes, que combatieron y derrotaron a los aliados de los demonios. Lás fue la que propició el fin del terror, por lo que, agradecidos, Julio y los Caballeros crearon un idioma en el que su nombre significara “Luz”. Ese fue el idioma múltiple.
»Los Caballeros reconquistaron las tierras que pertenecían a Zexel en Europa y África, formando así un vasto imperio. Pero este imperio era tan grande (mayor que el antiguo imperio romano), que se decidió dejar una parte a cada uno de los héroes. Eidan se encargó de Albión y de una parte de Hispania, dejando la otra parte para Carauno y los jarls de las colonias nórdicas. Torolf se quedó con estas y con Escandinavia. Julio, en cambio, decidió apropiarse con las tierras africanas y, para administrarlas mejor, pidió a Lás, Esben y Jorgen que dividiesen las tierras y las gobernasen por él. Así nacieron la región de Liuhome y las ciudades de Tiras y Cair, las más influyentes de Joka Ufalme, nombre en honor de Julio. Los cuatro fueron amigos inseparables, y Lás y Julio...




Daverd se paró en esa parte de la historia y, suspirando, inclinó la cabeza como si estuviera cansado. Los ojos azules de Sheila brillban por la revelación. Heldet, sin embargo, no se había sorprendido; al contrario. Cuando Daverd llegó a la parte de la evolución, le molestó saber que lo que le dijo su padre no era verdad. Sin embargo, cuando el enano dijo que alguna vez trolls y leones fueron amigos, se enfureció.
Al acabar la historia de Daverd, el León Azabache saltó de la silla y rugió, asustando a la loba. Daverd, sin embargo, ni se inmutó cuando Heldet rodeó lentamente la mesa en dirección suya con las garras sacadas.
-Puedes decir que yo soy un asesino sin sentimientos. Puedes decir que los dragones no son más que lagartija
s- dijo Heldet, furibundo.-
¡Pero jamás digas que trolls y leones fuimos amigos, ni siquiera en el pasado!
-Si te refieres a los trolls en general te equivocas-respondió Daverd.- Pero si te refieres a los de Tiras, no fue culpa suya que Asdelt asesinase a tu abuelo.
La respuesta de ese momento sí que sorprendió a Heldet, que guardó las garras. Sin embargo, siguió erguido y, lentamente, le preguntó a Daverd:
-¿Y tú como sabes eso?
Fue entonces cuando oyeron el rugido de Drakk desde fuera... y el bramido de respuesta del stelrint


martes, 12 de marzo de 2013

Capítulo 10: El Dragón y la Bella


Por Antonio Gutiérrez Vargas


Cair era una ciudad puramente económica, pues lo que más predominaba allí era el comercio. Había de todo: tiendas de comida, ocio, armas... incluso de mascotas. Sin embargo, taxidermistas solo había una, y eso era lo que pensaba Heldet esa noche, mientras se acercaba a la Casa Taxidermia. Camuflarse para que nadie le reconociera como el León Azabache había sido fácil; lo difícil fue el viaje desde Liuhome hasta Cair. Aunque el trayecto fue a caballo, y no encontró ningún problema por el camino, Heldet sabía que do mil kilómetros eran demasiados para recorrerlos en dos semanas como máximo. Pero lo consiguió.




La Casa Taxidermia no era una casa ni una tienda, sino un museo de animales disecados. Heldet apenas sabía nada del lugar, tan solo que algunos de los monstruos que el mataba iban allí y que el lugar nunca recibía visitas. La última vez que Heldet oyó hablar de ella fue cuando el gobernador de la ciudad envió allí el cadáver del guiverno libio para que lo disecaran, una auténtica proeza teniendo en cuenta que era un reptil del tamaño de una ballena.
El león estaba ya en la puerta del museo cuando se percató de que los portones no tenían cerrojo, ni pomo... ni bisagras. Prácticamente eran muros.
-Que bién. Un castillo inexpugnable.-gruñó Heldet. Entonces se dio cuenta de que había un botón situado al lado de uno de los portones, y debajo de él, un micrófono. Por curiosidad, Heldet apretó el botón y acercó la cara al micrófono.
-¿Hola?¿Hay alguien ahí?-preguntó. Unos segundos después, una voz femenina le respondió.
-Bienvenido a la Casa Taxidermia.¿Quiere pasar al edificio?
-Lo siento, pero no he venido a ver animales disecados. Busco a alguien, una persona llamada Daverd.
-¿Daverd? No está aquí ahora mismo, pero puede esperar dentro.
-Si no hay otra opción.
Entonces, con un chirrido estridente, las puertas metálicas se encendieron al rojo vivo y se volvieron incandescentes. Heldet se giró y miró a la calle, muy preocupado de que el ruido atrayese la atención, pero el lugar estaba desierto. Cuando se volvió a las puertas, vio que estas volvían a ser sólidas, pero ahora tenían un agujero enorme en medio de ellas. Eso solo lo podían hacer dos cosas: o un dragón o...
-Magia.-dijo sorprendido Heldet. La magia era todo un misterio para él. Lo unico que sabía de la magia era que era una energía transmutable y difícil de manejar. Durante sus años de cazarrecompensas se enfrentó a un par de hechiceros que casi le mataban. Dejó de pensar en eso y, un instante después, entró en el oscuro museo.
El lugar estaba compuesto de una enorme sala llena de animales disecados: leones, leopardos, dragones... incluso un udjat. Heldet se preguntó donde estaba el dragón que él cazó. Solo tuvo que mirar hacia arriba para obtener la respuesta; colgado del techo por unas cuerdas atadas a las alas, las patas y la cabeza, abriendo las fauces en un rugido mudo, allí estaba el guiverno libio, disecado. Alcanzaría los veinte metros de largo, y casi treinta de envergadura. Por un momento, Heldet se enorgulleció de haberlo cazado él mismo.
Por un momento, porque inmediatamente recordó que lo cazó porque había matado y devorado a casi cincuenta leones, trasgos, hienas y trolls. Recordó que cazó al monstruo de una forma muy ingeniosa; la criatura estaba en un acantilado, devorando un elefante que había cazado. Aprovechando que el dragón estaba ocupado, y que el viento soplaba no hacia él, Heldet se acercó silenciosamente a una pata y la ató a una roca de más de veinte toneladas de peso; entonces rugió, atrayendo la atención del reptil gigante. La criatura, enfadada por el simple hecho de no verlo desde el principio, alzó el vuelo y abrió la boca, listo para quemar vivo al liune que le había desafiado. Pero en el mismo instante en que levantó el vuelo, Heldet empujó la roca con una fuerza sobrehumana y, con un rugido, la lanzó por el acantilado. El pedrusco cayó hacia un lejano suelo, arrastrando en su caída al guiverno, que rugía aterrorizado.
El resto era demasiado doloroso como para recordar, así que buscó alguna cosa en la que fijarse, y la encontró. Era un dragón europeo, con las escamas de color carmesí brillante; tenía dos poderosos cuernos en su enorme testa. Medía aproximadamente la mitad que el dragón de komodo. Sus alas medían casi ocho metros, de punta a punta, y estas eran las alas más poderosas de todas las razas de dragones conocidas por Heldet, porque eran capaces de mantener al dragón en el aire más de una semana sin que se cansara. Sus patas poseían unas poderosas y largas garras, las cuáles parecían capaces de transportar varias toneladas. Pero lo más impresionante de la bestia disecada eran los ojos amarillos que tenía: transmitían respeto, algo muy raro en un animal disecado.
Heldet dejó de mirarlo porque le parecía muy vivo; demasiado para estar muerto. Entonces se giró y vio algo horrible, el monstruo más grande que jamás había visto en su vida, mayor aún que el guiverno libio.
Era una máquina monstruosa que, comparada con el dragón, parecía un gigante. Se sostenía sobre tres patas articuladas, y de la cabeza le colgaban varios tentáculos metálicos. Tenía una especie de nariz muy alargada, que al final se abría en un agujero con aspecto de embudo. Sin embargo, lo más terrorífico eran los ojos; estaban hechos de cristal, pero de un cristal rojo sangre.
Sin embargo, la máquina estaba en un pésimo estado; prácticamente era chatarra. Aun así, Heldet se acercó a la “cosa” y tocó una de las patas. Grave error.
Al tocar la pata, el León Azabache fue envuelto por un resplandor rojo y, horrorizado, vio que todo a su alrededor estallaba en llamas. Quiso gritar, pero entonces algo enorme se le puso encima. Era la máquina, que al parecer se había reactivado. Antes de que Heldet pudiese hacer algo, el monstruo de metal le apuntó con la nariz (que ahora sabía que era un arma) y, emitiendo un gruñido escalofriante, disparó una especie de llamarada hacia él. Gritando de terror, Heldet se soltó de la pata.
Fue como rasgar un velo, porque en cuanto se apartó, todo volvió a la normalidad. Todos los animales disecados estaban intactos, y la máquina seguía en su sitio. Sin embargo, el gruñido tenía un origen real, porque un ruido resonaba en la sala. Heldet se dio cuenta de que el dragón europeo no estaba encima de un pedestal, y parecía estar sostenido por huesos en lugar de barras de metal. Un presentimiento hizo que Heldet mirase hacia el animal, y sus temores se hicieron realidad.
El dragón ya no estaba ahí.


De repente, Heldet sintió que hacía calor, mucho calor. Instintivamente, se giró hacia un lado... y vio dos filas de dientes afiladísimos.
Viendo que las fauces estaban a pocos centímetros de su morro, hizo lo único que podía hacer: dar un zarpazo en la mandíbula cerrada.
Este ataque arrancó un rugido al dragón, pero no de dolor, sino de enfado. Al parecer, sus escamas eran muy resistentes al daño físico.
La bestia, enfurecida por el ataque fallido, se arrojó sobre Heldet y trató de arrancarle la cabeza. Heldet, intendando por todo los medios evitar que lo matase, pensó tristemente que el tal Daverd lo quería ver muerto, y disecar su cadáver descabezado para exponerlo.
Entonces el dragón alzó el vuelo, liberando a Heldet. Este se levantó rápidamente y echó mano a la empuñadura de su espada, pero vio que no serviría de nada, pues el animal se preparaba para lanzarle una bola de fuego que claramente lo mataría. Antes de que el monstruo abriese su boca para hacerlo, Heldet cerró los ojos y pensó “se acabó”.
Entonces, como un milagro, una voz de mujer, la misma que le había hablado a Heldet antes, que ahora le parecía una voz angelical:
-¡Drakk, no!
El dragón (que al parecer se llamaba Drakk) hizo algo que Heldet jamás imaginó en un dragón: obedeció bajando del aire, y no solo eso, también se alejó de Heldet unos pasos. Este le miró asombrado, y el dragón le miro, no con enfado; simplemente le miró a los ojos. Con unos ojos amarillos que, aún sin estar enrojecidos por la ira, seguían transmitiendo un respeto irracional.
El liune, agradecido de que lo hubieran salvado, se giró en la dirección de la voz, y se quedó sin aliento por unos instantes.
Había un animal que él nunca había visto; tenía el hocico alargado, orejas largas que se levantaban, pelaje dorado y vestía tan solo una falda de tiras de cuero y un sostén, ambos de color verde oscuro. Pero lo que dejó sin habla a Heldet fueron sus ojos: eran de un intenso color azul, como el azul del cielo, del mar...
-¿Estas bien?
El León Azabache estaba tan ensemismado en esos ojos tan hermosos que no se había dado cuenta de que su dueña se le había acercado hasta estar a metro y medio de él.
-Sí, sí, estoy bien.-respondió rápidamente. Inmediatamente cayó en la cuenta de que ella debía ser la dueña del dragón que le había atacado momentos antes.-¡Pues no, no estoy bien!¡Tu dragón casi me mata!
La chica, lejos de disculparse, le reprochó:
-La culpa es tuya, por tocar las exposiciones.
-¡Pero si me estaba acechando!¡Parecía estar disecado!
-Claro, para vigilar que nadie toque nada. Como tú.
-Ya, bueno, pero resulta que yo soy alguien con algunos privilegios en el reino, especialmente aquí.
-¿Por qué?
Heldet no respondió, sino que señaló hacia arriba, hacia el guiverno.
La chica tardó unos instantes en darse cuenta de a quién había atacado su dragón.
-¡Lo siento!¡No sabía que eres Heldet!
-Nah, si yo tuviera todo un museo que... Espera.¿Como sabes que soy Heldet?
La joven se ruborizó un poco. Mientras, Heldet vio que el dragón que casi lo mata estaba lamiéndole una mano como si fuera un perro, a lo que esta reaccionaba apartándole la cabeza suavemente.
-Bueno, verás, lo sé porque ...
-... Se lo dije yo.-dijo una voz masculina. Las palabras provenían de la puerta mágica.
El León Azabache miró en la dirección de donde provenía la voz, y vió a un ser perteneciente a una raza muy conocida en Joka Ufalme. Era un hombrecillo que alcanzaría el metro y medio de altura, algo corpulento, vestido con ropas marrones, tenía ojos negros y luciendo un pelo corto negro y con una perilla; pero solo perilla. El resto de la cara estaba sin pelo, algo chocante en un enano.
Un enano”, pensó Heldet para sí. Ese debía ser Daverd, pues los enanos de Joka Ufalme (y de África en general) solían tener nombres que empezaban con D, como Darnis, o Desor… o Daverd. Se dio cuenta de que el nombre lo había dicho en voz alta, pues los otros ocupantes de la sala, dragón incluido, le estaban mirando. El enano, sonriendo, le respondió.
-Pues si, Heldet, soy Daverd.- Viendo que el león iba a preguntarle, respondió.- Y sí, sé que eres Heldet.
-¿Cómo?
-Créeme, lo sé desde hace mucho.
-¿Cuanto, cien años o así?- dijo sarcásticamente Heldet, a lo que Daverd, riendo suavemente, respondió:
-Tan solo tengo cincuenta años, treinta si fuera un león o un lobo.- Al decir “lobo”, Daverd miró de soslayo a la chica, que esbozó una media sonrisa nerviosa. Heldet, sin embargo, había dejado de prestarle atención, porque había vuelto a mirar a la máquina gigante. Daverd, al darse cuenta de esto, dejó de sonreír, frunció el entrecejo y dijo una palabra en un tono tan siniestro que hasta Drakk gimió y se acurrucó al lado de la chica, como si fuera un perro.
-Stelrint.
Heldet, un poco aturdido por el tono de voz, preguntó:
-¿Qué?
-La criatura es un stelrint.
La revelación hizo que los ojos de Heldet casi salieran de sus órbitas. Ni siquiera sabía que era un stelrint, y sin embargo el nombre parecía infundir un miedo muy profundo. Sin embargo, pudo recomponerse y preguntar otra vez:
-¿Qué es un stelrint?
-Un gigante de hierro.- respondió Daverd.
El nombre ya significaba “gigante de hierro”, pero aun así, su nombre infundía miedo. Heldet comprendió que el nombre no era lo terrorífico de la máquina, ni la máquina en sí, sino algo... que tenía dentro.
Daverd decidió que ya era hora de dejar de hablar del monstruo de metal. Volvió a sonreir y comentó:
-Bueno, Heldet, ya te presentado yo, y tú has intuido quien soy. Creo que les toca a otros dos presentarse.- dijo volviendo a mirar a la chica y al animal a su lado. Ella también sonrió a Heldet, y este, viendo que una mujer hermosa le saludaba, le devolvió el gesto. Si un liune era un maníaco del honor, debía demostrarlo.
-Me llamo Sheila, y mi dragón, Drakk. Soy una loba de Hispania- dijo la chica
-Yo Heldet, pero ya lo sabías, ¿verdad?- comentó este. Antes de que pudiese decir algo más, notó un leve pero insistente dolor en el antebrazo; el dragón le había mordido ahí. Sheila, preocupada, vio la herida y, con un suspiro, se acercó a Heldet.
-Tranquila, no duele mucho.
-Creeme, si no te lo curo, se pondrá mucho peor.
Entonces Sheila pusos sus dos manos encima de la herida, y, murmurando unas palabras en un idioma desconocido para él, las apretó. Entonces Heldet sintió una sensación de alivio donde Sheila había puesto las manos.
Cuando ella se alejó unos pasos, el león se dio cuenta de que ya no había herida. Ahora sabía quien había abierto la puerta de forma tan espectacular.


Antes de poder darle las gracias, Daverd habló.
-Bueno, creo que eso es suficiente. Heldet, ¿recuerdas que alguien dejó una carta?
-Sí, aunque mas bien me la arrojaron-. Miró de reojo a Drakk, del cual sospechaba que era el “mensajero”.
-Bien, la leíste, ¿no?
-¿Sabes que la respuesta es obvia, verdad?
-Claro, la escribí yo.
-Eso también...
Antes de terminar de hablar, Daverd se había dirigido a una puerta que había en un extremo de la sala y la abrió.
-Escuchadme.-dijo simplemente el enano.- Tú viniste por repuestas, Heldet; y tú siempre querías preguntarme algo, Sheila, ¿verdad?- preguntó. Ambos asintieron, asi que Daverd, complacido, les dijo- Entrad.
Extrañados, Heldet y Sheila fueron hacia Daverd, y Drakk tras Sheila. La puerta era algo más alta que Daverd, asi que tuvieron que agacharse un poco. Antes de que Drakk pudiese entrar, el hombrecillo le puso delante el brazo.
-No, Drakk. Tú te quedas aquí.
-¿Por qué el no puede entrar y nosotros sí?- preguntó preocupada Sheila.
-Por tres razones. Primera: Drakk es del tamaño de un rinoceronte, así que no podrá pasar a menos que rompa la pared; segunda: esto es algo entre nosotros tres; y tercera: si lo entrenaron como guardián fue por algo.
Drakk, que tan solo había entendido lo del tamaño, se decepcionó, se acurrucó al lado de un rinoceronte (realmente tenían el mismo tamaño) y cerró los ojos. Se había quedado dormido.
Sheila entró la primera en la habitación, y Heldet iba a entrar tras ella cuando vio que Daverd observaba al stelrint.
-¿No vas a entrar, Daverd?
Este, que parecía pensar en algo, le respondió:
-Ya voy; estaba pensando... en algo.
Heldet no sabía en que pensaba Daverd, y supuso que era mejor no saberlo; asi que también entró.
Antes de entrar, Daverd miró al stelrint una última vez. Cuando lo hizo, se acercó a Drakk y le acarició la cabeza, susurrándole:
-Si se mueve, no te molestes en avisarme; destrúyelo.
Momentos después, el enano pasó por la puerta y la cerró.




Drakk estaba deprimido; todo le había salido mal. Primero abrió la puerta a su manera: la puso al rojo vivo con su aliento de fuego y, con sus garras, había abierto un boquete para que Heldet pudiera pasar, por lo que la puerta se había quedado totalmente inservible; después había atacado a Heldet (este había tocado al stelrint, y, tras ver como sufría una especie de ataque epiléptico, Drakk lo atacó, pues nadie podía tocar las exposiciones).
Aparte, estaba deprimido porque, en los quince años tras salir del cascarón, solo peleó de verdad cuando los orcos atacaron su hogar.
Los fenrusnes fueron pillados antes de salir a cazar, y no habrían sobrevivido de no ser por el padre de Sheila, el jefe de la aldea. Drakk apenas combatió, pero salvó a su amo de un orco que se había situado tras él para matarle. Cuando los lobos consiguieron expulsar a los trockas, y tras realizar los ritos funerarios a los muertos, el padre de Sheila declaró que la paz con los orcos se había acabado, y que no descansaría hasta ver muertos a todos los orcos de la Meseta. Los fenrusnes lo vitorearon y apoyaron, pero no era por eso su ira; la madre de Sheila, su esposa, fue asesinada mientras él combatía.


Sin embargo, tras finalizar los ritos, Drakk se fijó que los cadáveres de los orcos (a los que habían decapitado para usar sus cabezas como trofeo) seguían en el mismo estado que cuando estaban vivos.
Drakk no era un dragón muy listo, pero tenía la suficiente inteligencia como para darse cuenta de que esos orcos ya estaban muertos


Entonces, amplificado por el silencio del museo, oyó un ruido mecánico.Cuánto tiempo había pasado, ni idea. Pero por la entrada del museo entraba luz, así que debía ser ya de día.
Drakk abrió un ojo y, abriendo el otro aterrorizado, vio que el stelrint se estaba moviendo hacia la puerta. Drakk, cauteloso, se arrastó lentamente hacia la puerta, pensando que, si llamaba, los jóvenes y el enano podrían acabar con él.
Desgraciadamente, los stelriant no veían con los ojos-ventanilla, sino con algo más siniestro.
Apuntando a Drakk con su arma, el monstruo lanzó una enorme llamarada que parecía de dragón, pero mucho más oscura. Por fortuna, entre la alta cabeza del stelrint y el dragón estaba el udjat. Cuando la llama tocó la escamosa piel, esta estalló con tal calor que, al instante, los hierros que sujetaban el largo cuerpo y las alas se volvieron líquidos durante unos momentos. Para defenderse, Drakk arrancó de cuajo la cabeza de una leona y se la arrojó, acertándole en un “ojo”, agrietándoselo. Eso solo enfureció al gigante.
Viendo que la única manera de vencer a este monstruo de metal era el cuerpo a cuerpo, Drakk rugió, desafiándole, pensando que el stelrint le haría caso. Lo hizo; respondiendo al rugido, la máquina lanzó un bramido sobrenatural y restelló sus tentáculos como si fueran látigos. Ambos oponentes caminaron paralelamente a su contrario. En ese mismo instante, Drakk recordó las palabras que antes le dijo Daverd:
Si se mueve, no te molestes en avisarme.”
DESTRUYELO.”


Cuando el dragón rugió de una manera aún más fuerte, comenzó la batalla.












jueves, 21 de febrero de 2013

Capítulo 8: No hay descanso


Por Antonio Gutiérrez

Heldet ya estaba llegando a Liuhome. Estuvo todo el día saludando a todo aquel que se le pusiera por delante, todos ellos liunes y nruskas. Esto no le extrañó (mucho), porque supuso que, después del ataque de los otros trasgos, estos decidieron quedarse indefinidamente. Cuando alguien le veía, le solía decir:
-¡Has vuelto!¡Por fin!
-Tus padres han estado muy preocupados Heldet.
-¿Conque ahora eres un héroe, eh, León Azabache?-le preguntó divertido un trasgo amigo de Krou
-Me considero más bien un cazarrecompensas-guardaespaldas.-le respondió riéndose Heldet.- Además, no hace falta que vosotros me llaméis León Azabache. Sois mis amigos, y además, no es más que un título que me han puesto todos a los que he ayudado.
-Ya, pero es que es un título basado en ti.
Eso era bastante cierto. Con el paso de los años, Heldet cambió de un curioso cachorro de diez años a un fuerte (y atractivo) león de veinte. Los músculos se le desarrollaron bastante (al fin y al cabo, se necesita ser fuerte para coger y capturar a gente que suela medir más de dos metros de altura), sus ojos empezaron a tener una especie de brillo, que demostraba que siempre estaba ansioso y, lo que era más increíble, una melena que, en vez de ser marrón, ligeramente negra o dorada, era de color azabache, negro oscuro.
- Bueno, como es negra total, gasto mucho dinero en tintes.- bromeó.
- Se nota que apenas has cambiado en tu interior, Heldet, pero físicamente, has cambiado. Bastante.
-Si que has cambiado, chico.-dijo una voz a sus espaldas. Heldet y el trasgo se giraron hacia el lugar de donde provenía la voz. Heldet vio que era un trasgo que se parecía mucho a Krou, pero parecía más joven, no era tan robusto y, algo raro en Krou, no parecía ser agresivo. El único trasgo que era pariente cercano de Krou en la caravana era...
-¡Srou!-gritó Heldet. Srou era el trasgo que más consideraba Liuhome como su hogar. Era el más querido por los cachorros por ser un profesor, y el más considerado por los adultos por ser el hermano de Krou.
Heldet se alegró mucho de ver a un viejo conocido (Srou fue su profesor favorito), y cuando este se le acercó, le dio un abrazo tan fuerte que casi lo asfixia.
-¡Para Heldet, que no soy de la misma pasta que Krou!
-Perdón, es que hace mucho que nadie se me acerca... sin intentar devorarme o apuñalarme, claro.
-Ya, bueno, en eso te comprendo. Oye Miguel-le dijo al trasgo-, Krou quiere que vayas para que le ayudes a descargar las tiendas.
-Ahora mismo voy.
Cuando Miguel se fue, Heldet se dio cuenta de que alrededor había mucho barullo, no tanto como cuando los atacaron los nruskas, pero más que cuando venían los mercaderes.
-Oye Srou,¿porque hay tanto movimiento hoy?¿Es que soy tan importante como para hacerme una fiesta de las grandes?
-¿Una fiesta?¿Para ti? Ni siquiera sabíamos que estabas vivo.
-Entonces¿para qué es todo esto?
-Es porque viene el Rey.-dijo Srou tras unos segundos de silencio. Heldet se quedó sin habla.
-¿El...el Rey?¿Estás seguro?
-Chaval, somos nosotros quienes lo hicieron saber por esta parte de Joka.
Heldet no se lo podía creer ¡El Rey venía a Liuhome!
El Rey era un drakkune, pero no un simple hombre-dragón. Hasta su nombre demostraba que era el rey de Joka Ufalme, rumoreandose que el reino se llamaba así por él . Nadie sabía ni su auténtico nombre ni su edad exacta, solo que era más viejo que un enano, y eso que los dawerfs llegaban a vivir vivir algo más de doscientos años. Por lo que sabía, Heldet dedujo que era un dragón azul. Esto era algo irrelevante, dado que el Rey prácticamente reunía todo lo que debía tener un rey de primera: era justo, honrado, inteligente... Todos los que le servían eran recompensados si mandaban bien en sus tierras, en tanto los que las maltrataban, eran castigados hasta con la muerte. Parecía severo, pero todos sabían que solo era para poner orden en sus provincias.
Heldet se acordó de Tiras, la ciudad de los trolls.
-Si el Rey ha viene, sabrá lo del ataque. Y si sabe lo del ataque, tal vez piense que fue Asdelt.- Heldet gritó de júbilo.-¡Asdelt tiene los días contados!
Entonces Srou le tapo el morro con una mano y le mandó que callase.
-Cierra la boca, ¿quieres? Dudo mucho que el Rey venga por Asdelt.-dijo quitando la mano de la cara de Heldet. Este jadeó y le increpó:
-Pues si no ha venido por Asdelt,¿entonces por que viene?
-¿Recuerdas el ataque, el de los trasgos y el komodo?
-Sí
-Pues precisamente viene por eso.
-¿Tanto le preocupa que ese monstruo nos atacase? ¡Hace diez años de eso!
-Sabes que ese ataque lo pudo idear Asdelt, ¿verdad?
-Siempre supe que Asdelt fue el cerebro tras el ataque.
-Pues ese rumor fue desmantelado el mismo dia en el que te fuiste.
-¿Por qué?
-Porque el mismo dragón mató y devoró a Asdelt.
La noticia sorprendió a Heldet, que se quedó pensativo unos instantes. Siempre pensó que ese dragón era la mascota de Asdelt, o una criatura que invocó él (si Asdelt hubiese sido mago).
Heldet aún se mostraba escéptico:
-¿Realmente lo crees?¿Tienes alguna prueba?
-Lo único que los tiranios han dicho es que, hace diez años, en su ciudad, se oyó un rugido atronador. Cuando los guardias se dieron cuenta de que era un dragón de komodo, vieron que su líder había desaparecido. La última vez que lo vieron fue en las murallas.
-¿Y porque ahora se han atrevido los trolls a hablar?
-Porque Shiraa les ha obligado.






Después de discutir un poco más con Srou, Heldet entró en Liuhome, y se metió en su habitación. Srou le dijo que sus padres habían ido a ayudar a Krou, asi que tendría que esperar para volver a verlos después de tanto tiempo. Se sorprendió al ver que, en diez años, lo único cambiado era la ventana, que ahora tenía un cristal. Aparte de eso, la habitación no había cambiado en nada. Heldet se sentó en la cama (que ahora le parecía pequeña) y empezó a pensar sobre todo lo que pasó desde la muerte de su abuelo hasta entonces.
Muertos vivientes, dragones muertos que revivían, muertes colectivas... Nada de eso tenía sentido. Lo único que unía esos hechos era la muerte. Bueno, eso y que todos habían comenzado con una batalla espectacular. Entonces, Heldet se acordó de algo, algo que antes no le parecía importante, y que ahora le daba miedo: el sueño.
Ahora tenía el aspecto exacto que en la pesadilla, aunque jamás se había fijado en eso.
Mientras pensaba en esto, una sombra enorme pasó delante de la ventana. Heldet solo tuvo tiempo de gritar antes de que el cristal de la ventana se rompiera, atravesado por una piedra de un tamaño pequeño pero lanzada con mucha fuerza. Antes de que Heldet pudiese reaccionar, la sombra lo miró, y, al instante, voló fuera de su vista.
Heldet se quedó paralizado por la sorpresa unos instantes. Cuando se recuperó del susto, se dio cuenta de que atada a la piedra había un sobre. Con mucha cautela, lo cogió del suelo y, lentamente, lo abrió. Dentro había una carta, en la que ponía:


Heldet, se que tienes muchas preguntas.
Si quieres respuestas, ven a La Casa Taxidermia en Cair
y pregunta por Daverd. Date prisa, no hay mucho tiempo.




Heldet no se lo podía creer. ¡Apenas estaba en Liuhome durante un día y ya le mandaban trabajo! Sin embargo...
El liune se dio cuenta de que en la carta no le llamaban León Azabache, sino Heldet. Poca gente usaba su apodo, y su nombre, aún menos. Además, era obvio que nadie sabia lo de sus pesadillas, y siempre había buscado respuestas a ellas.
Heldet reflexionó. Si se quedaba en Liuhome, podría ver a sus padres, ver al Rey y acusar a Shiraa (de la cual solo sabía que era una gornok y viuda de Asdelt). Pero si se iba, tenía la sensación de que lo que tendría que hacer sería más peligroso que matar a un dragón gigante o vencer a una tribu de hienas. Pasó una hora entera leyendo la carta hasta que, levantandose lentamente de la cama, decidió.




Esa noche, sin que nadie se lo pudiera impedir, cabalgó hacia el norte, donde sospechaba que le esperaba una nueva aventura.










































martes, 12 de febrero de 2013

Capítulo 7: El regreso de Heldet



Por Antonio Gutiérrez Vargas

Hoy estaba feliz. Muy feliz.


Por fin regresaba a casa.


Años atrás, cuando Heldet vio volar a un dragón que se suponía que estaba muerto, se dio cuenta de que ese dragón debía ser mágico, pues morir por mordisco en el corazón era una cosa razonable, y revivir espontáneamente dias después una cosa prácticamente imposible. Esa noche, tras pensarlo mucho, decidió buscarlo por toda África (no tuvo en cuenta que el komodo podría vivir más lejos) , así que, sin decírselo a nadie (pues no hubieran dejado irse solo a un cachorro), ensilló su potro, preparó unas pocas provisiones y, sin que nadie lo supiera, se fue.
De eso hacía ya diez años.
Cuando partió, Heldet tan solo era conocido en Liuhome y en su área de influencia. Ahora era un héroe conocido en más de la mitad de África.
¿Por qué era un héroe? Cuando cumplió los trece años, Heldet llegó hasta la isla de Madagascar, y después a su costa este. Viendo que ya había recorrido todos los lugares marcados en el mapa como “zonas de dragones”, y teniendo en cuenta por fin que el dragón debía estar fuera de África, tuvo que resignarse que jamás volvería a ver al dragón.
Sin embargo, no tenía prisa por regresar a Liuhome. Por lo que el sabía, el Liuhome total solo lo componían unos pocos kilómetros porque técnicamente Shelder tenía poder sobre un feudo de unos 1000 kilómetros cuadrados. Liuhome, junto a Tiras y otras pocas ciudades formaban el reino de Joka Ufalme, literalmente, “Reino del Dragón”. Así que como técnicamente todavía estaba en casa (Madagascar también formaba parte de Joka), decidió pasar un tiempo corriendo aventuras como cazarrecompensas. Al principio le iba un poco mal, pues nadie contrataba a un preadolescente. Sin embargo, en una taberna de Cair, un día tuvo la suerte de encontrarse con una leona joven que tenía problemas con dos trolls. Ella quería contratarles como guardaespaldas para que la escoltasen hacia Liuhome, pero estos no aceptaban por clientes a mujeres. Como la liune insistía, estos se enfadaron e intentaron atacarla. Por desgracia para ellos, Heldet estaba en la mesa de al lado. Cuando este les gritó que dejasen en paz a la chica o sufriesen las consecuencias, los trolls rieron y se burlaron de que era imposible que un niño pudiese con ellos. Entonces, Heldet les reveló que el era el liune que acabó con el dragón que atacó Liuhome junto a unos nruskas. Todos los que estaban en la taberna conocían la historia, pero para darle más credibilidad, Heldet les enseñó la parte de la cola donde estaba la cicatriz del mordisco. Esto debió asustarles bastante, porque cuando la vieron, salieron de la taberna gritando y corriendo como demonios perseguidos por un santo, causando las risas de los comensales y parroquianos. Agradecida, la leona quiso darle un saquillo con créditos que ella tenía, pero Heldet le pidió que en vez de eso, fuese a Liuhome para decirles a Senai y a Shelder que estaría un tiempo fuera de Liuhome.
A partir de ese incidente, a Heldet no paraba de lloverle el trabajo, e hizo algunos que otros hubieran preferido evitar: arrestó a toda una tribu de gornoks, una raza bárbara de hienas; escoltó aristócratas desde Cair hasta Cartago, con la ruta llena de monstruos, animales salvajes y bandidos; rescató rehenes de manos de bandidos... e, incluso, cazó en Libia un enorme guiverno el triple de grande que el dragón de komodo (aunque esta vez armado). Todo esto le convirtió en un héroe para la gente.
Sin embargo, empezó a sentirse deprimido, asustado incluso. Porque incluso años después, todavía tenía pesadillas.


Las pesadillas siempre eran las mismas: él enfrentándose a una horda de enemigos, y después siendo apresado y devorado por un humano-dragón gigante. Sin embargo, ya habían pasado cinco años desde la última vez. Heldet empezó a recordar al dragón de komodo, y volvió a buscarlo, esta vez en la otra mitad de África, que no formaba parte de Joka Ufalme, sin éxito. Las pesadillas también le recordaron que tenía un hogar. Decidiendo que ya estaba saciado de aventuras, Heldet se despidió dee todos los que conocía en Cair (que no eran pocos) y se dirigió a Liuhome por el sur.
El viaje fue tranquilo al principio, pero luego se volvió peligroso debido a los animales que vivían en esa parte de África: leopardos, hienas, leones, dragones... Pero los más peligrosos fueron los udjats, cobras gigantes que estaban emparentadas con los dragones pero que no respiraban fuego ni hielo, pero que también volaban y podían lanzar veneno por sus colmillos. Por culpa de uno de ellos Heldet perdió a su caballo, y por poco perdió la vida, si no se hubiera escondido en una cueva cercana hasta que el udjat se fue. Viendo que desde ese momento tendría que viajar a pie, siguió viajando hasta que, cansado y muerto de hambre, llegó al campamento en el que murió su abuelo.


El porqué Shelder no lo había desmantelado después de la batalla, no lo sabía. Lo que sí sabía era que podría descansar de forma segura, porque la única parte de la empalizada que estaba en mal estado era la puerta, porque prácticamente algo la había roto en pedazos. Heldet supuso que fueron los muertos enemigos los que la destrozaron.
Aunque en el campamento no había ningún alma, estaba lleno de cadáveres de criaturas peladas, con ropas extrañas y cinco dedos en pies y brazos, y de leones; incluso había algunos de trasgos. Por el aspecto de las criaturas (algunas de las cuales estaban casi carbonizadas), Heldet supuso que eran humanos. Pero eran muy extraños.
Después de meditarlo, decidió quedarse una noche en el campamento. Al día siguiente, anduvo unos quince kilómetros hasta que, en el horizonte, divisó Liuhome.


Por fin, después de años salvando gente, matando monstruos y buscando una criatura que casi lo destroza, regresaba a su hogar.


jueves, 31 de enero de 2013

Capítulo 6: Asdelt








Por Antonio Gutiérrez



Al día siguiente, Heldet se fue a dar un pequeño paseo por las parte exterior de Liuhome. El médico le dijo que ya estaba suficientemente bien, aunque la herida de la cola aún no había cicatrizado.
Como el pensaba, matar un dragón sin armas era una hazaña que les gustaba a los niños. Pero cuando vio a unos cachorros y se acercó a ellos, estos se emocionaron más de lo que el pensaba.
-¡Es Heldet!
Y corrieron hacia él. Heldet se escapó por poco de los niños, así que prefirió ver primero a los trasgos, por lo que se fue al lugar donde estos habían instalado su campamento. Antes de llegar, vió a Krou levantado en una plataforma de madera que iba pregonando objetos de compra y su precio a un grupo de leonas. Aunque no eran precisamente objetos normales para mujer.
-¡ Admiren este potente fusil de asalto!¡ Puede disparar ráfagas de hasta 5 balas por segundo!¡ O esta ametralladora pesada !¡ Su munición de calibre .50 puede destrozar un edificio en cuestión de minutos! Estas armas tienen el asequible precio de mil cuatrocientos créditos. Al fin y al cabo, son de forja goblin, y solo la superan la enana y la orca.
Las leonas, enfadadas, le dijeron que dejase de vender cosas inútiles y que hiciera como los demás trasgos. Algunos trasgos que estaban cerca tambien estaban un poco enfadados, pues Krou era el único nruska de la caravana que vendía armas; aunque él era el líder(Srou solo era el lider de escolta y profesor temporal en Liuhome, no quería tener nada que ver con lo que su hermano mayor hacia).
-¡Me da igual lo que me digáis, esta caravana la dirijo yo y yo vendo lo que quiera!¿ Os queda claro?-Cuando lo dijo, Heldet observó que bajo los pliegues de su ropa se adivinaba la forma de una enorme arma de fuego. Las leonas, hartas del carácter del nruska, se fueron.
Heldet iba a acercarse a Krou para preguntarle que era un goblin cuando, de repente, un sonido atronador rasgó el aire. Krou se cayó del susto, y cuando quiso levantarse, aparecieron unos niños (tres cachorros y cuatro trasgos) gritando y chillando:
-¡ Demonio!
-¡ El dragón es un zombi!
Krou ( y sin que él lo supiera Heldet) se dirigió hacia el lugar de donde venían los niños, donde se suponía que el dragón estaba muerto, y lo que vio le dejó sin habla.
El dragón, el cuál debería estar muerto, estaba en ese mismo momento alzando el vuelo, y sin ningún rasguño. Krou sacó el arma que escondía bajo la túnica y Heldet vio que era una escopeta. Pero cuando Krou se dispuso a disparar, ya era demasiado tarde; el dragón, de una manera misteriosa, ya solo era una silueta lejana en el horizonte.
Lanzado una maldición, Krou se puso a correr para avisar a Shelder. Mientras, Heldet se estaba preguntando como el dragón podía estar vivo si le había mordido en el corazón, a menos que...






Mientras tanto, el dragón estaba preocupado. No porque pudiesen perseguirlo (a donde iba, salvo él, nadie podía llegar, solo salir), sino por lo que no había hecho: matar a Heldet; el Amo ya se lo había advertido. Pero al menos cumpliría la otra misión.
Cuando pensaba esto, ya estaba sobrevolando el estrecho de Gibraltar, el muro natural que separaba la “civilizada” África de la salvaje Europa, poblada por animales salvajes, bárbaros y unas pocas ciudades aisladas. Cuando estaba sobrevolando la Meseta Ibérica, el lugar donde debía estar, lo vió. Ahí estaba la aldea de esos malditos lobos. Veía a los lobeznos jugando, a los adultos preparandose para cazar (no hacían distinciones entre hombres y mujeres) y, en el centro de la aldea, cerca de la estatua de un humano barbudo, a un viejo lobo que hacía movimientos extraños. La bestia, de repente, se enfureció; deseaba incendiar la aldea, destrozar las cabañas, devorar a sus habitantes, aniquilar todo lo que había. Pero debía contenerse. No éra él el que tenía que destruir a esos hombres-lobo.
De repente, oyó unos cuernos y, a juzgar por el tono, eran cuernos de guerra. Y entonces, de las profundidades del bosque, salió una marea de color verde. Las criaturas eran algo bajas para ser trolls, y un poco altas para ser trasgos. Con una sonrisa de suficiencia, el dragón bajó a los lindes del bosque y se escondió con un hechizo de camuflaje, y solo tuvo que disfrutar de la masacre.
Los atacantes tenían la piel de color verde, marrón o gris, medían casi dos metros y medio, tenían dientes inferiores sobresalientes y llevaban hachas, espadas, lanzas y arcos como armas. Eran orcos y, a juzgar por el emblema que muchos tenían tatuado en la piel, un lobo negro rampante, debían pertenecer a alguna tribu germánica del norte. Cuando alcanzaron a los hombres-lobo, los atacaron sin diferenciar entre hombre, mujer, niño o anciano. Parecían poseídos por una ira sin fin. Sin embargo, los lobos se defendieron fuertemente, manteniendolos a raya hasta que, al fin, consiguieron expulsarlos de la aldea. Pero a costa de la muerte de un gran número de fenrusnes. Aunque claro, los orcos no tuvieron piedad con los hombres-lobo porque estos tampoco habían tenido piedad con la aldea orca.
Justo cuando el dragón iba a alzar el vuelo, el anciano que había visto desde arriba le miró, directamente a los ojos, llenos de dolor y...¿paciencia?
Ese lobo le estaba dando mala espina, y no solo por el hecho de que sabía donde estaba incluso camuflado, sino porque, si estaba esperando algo, ese algo tendría que ser perjudicial para el Amo a la fuerza.
Al final, el dragón decidió que algún día volvería para matarlo, no fuera que le diese problemas.
Días después de llegar a la Península, voló hacia el oeste hasta que, exhausto consiguió llegar a Norteamérica; antes, decenas de miles de años atrás, era llamada el País de las Ilusiones, pero ahora no era más que un continente radioactivo, donde se vivia principalmente en las zonas costeras, pues se construyeron muy pocas centrales nucleares en ellas.
Cuando quiso darse cuenta, una niebla, verde como el veneno, rodeó a la bestia, pero esta no se asustó; era el procedimiento habitual para evitar que entrasen los intrusos: si entraba alguien sin permiso, la radiación lo desintegraba. Pero si era alguien conocido, simplemente era una bruma de color verde, aunque bastante espesa.
Entonces, de la nada, apareció una fortaleza de un estilo extraño. Hubiera parecido normal si no estuviera rodeada por una horda de cadáveres vivos, tanto humanos como de otros seres. El dragón aterrizó en la entrada, pero los no muertos no le atacaron; en realidad, le abrieron la puerta como si fuera el señor del lugar. Pero no lo era. Al menos, él.
Cuando entró a la sala principal, una sala de unos treinta metros y muy sobria, que solo tenía tápices que representaban a criaturas de pesadilla y un enorme ventanal. Vio que, delante del ventanal, había una figura que tenía alas y paracía emanar un aura negra. Era otro dragón, pero este estaba levantado sobre sus patas traseras, era más pequeño, llevaba una capa de cuero y tenía una espada al cinto. Pero lo único que tenía esta criatura que lo convirtiese en hombre-dragón era el aspecto. Los dos dragones tenían exactamente los mismos ojos.
Entonces, una voz, tranquila pero que tenía un matiz de rabia, habló.
-Me has vuelto a fallar, Asdelt.
Entonces, el dragón que acababa de llegar llevó a cabo una increíble metamorfosis: sus alas se acortaron, su cara se acortó, su mandíbula inferior se pronunció y las escamas se cambiaron por piel marrón. Donde hace pocos instantes había un dragón, ahora había un troll. Estaba vestido con una armadura de acero que solo le dejaba libre la cabeza y el cuello. A un costado colgaba una espada enorme, y al otro pendía una metralleta del tamaño de una ametralladora. Aunque fisicamente impresionaba más que el dragón, el troll sabía que que Zexel era infinitamente más poderoso que él. Pues un troll normal no se habría puesto de rodillas ante un dragón.
- Asdelt, te dejé bastante claro que debías matar a ese cachorro.
-Pero señor...
-¡NADA DE PEROS!-rugió Zexel y, al hacerlo, sus ojor carmesí brillaron intensamente y los no muertos de fuera lanzaron gemidos de ira.-¡SOLO TENÍAS QUE MATAR A UN NIÑO! ¡UN SIMPLE NIÑO! ¡Y EN VEZ DE ESO TE DEJAS MATAR!
-Señor, iba a decirle que conseguí que los lobos y los orcos se atacasen.
Al oír esto, Zexel se tranquilizó un tanto. Pero seguía enfadado. Aunque Asdelt había conseguido, antes de irse a África, revivir unos fenrusnes muertos para que atacasen la aldea orca y prender la llama de la discordia, no había podido matar a Heldet.
-Será mejor para todos que me expliques por que no pudiste matar a ese niño, antes de que la niebla te vaporize.
Entonces Asdelt empezó a contarle lo que pasó: el ataque, la espera en el mas allá, la huida, la batalla en la Península... Cuando terminó de hablar, Zexel se quedó pensativo un momento y habló.
- Asdelt, creo que me he pasado gritándote, pero tu numerito con los iberos puede sernos muy útil en el futuro. Sin embargo, teniendo en cuento que no pudiste matar a ese Descendiente, y que has muerto por segunda vez, he llegado a una conclusión.
-¿ Señor?
-Ya no volverás a “hacer trabajos” hasta nuevo aviso. No puedo arriesgarme que relacionen las cosas que suceden en el mundo con tu desaparición.
-Dudo que sepan que he desaparecido. Incluso podrían no saber...
-...que hay una posibilidad, pequeña pero posible, de que eres el komodo que atacó Liuhome?- terminó Zexel por Asdelt. El troll asintió- No me hagas reir, Asdelt. Casi nadie sabe que eres un transformista.
-¿Casi nadie, señor?¿Quién o quienes lo saben?
-No es de tu incumbencia. Además, sería más correcto quién o quienes lo sabían.
Entonces Asdelt se dio cuenta de que la única persona que lo sabía era...
-¡Shiraa!- aulló un horrorizado Asdelt. Shiraa era su esposa, y una de las pocas persona de Tiras, la ciudad de Asdelt, que no era un troll. Era una krulsbane, una mujer-hiena. No solo eso, también era una gornok, una raza mestiza de hienas que eran de ascendencia orca, por lo que era una raza violenta, bárbara e, incluso según unos rumores, caníbal. Sin embargo, lo que realmente los diferenciaba de las otras hienas era su físico: eran grandes, caminaban encorvados y eran considerados “feos” por las otras razas (y eso que ellos consideraban cobardes a los demás, excepto a los leones, los orcos y los trasgos). Sin embargo, Shiraa era diferente de cualquier gornok. Drásticamente diferente, para ser exactos: era muy inteligente (más, incluso, que un troll), algo menuda y, tanto para las hienas (todas) como para Asdelt (y los trolls), hermosa. Asdelt la amaba no por su belleza, sino porque trataba de ayudar a todo aquel que necesitase ayuda (incluso a otros gornok). Cuando Asdelt atacó a los trasgos años atrás, Shiraa se enojó por el comportamiento de su marido, y lloró mucho cuando supo de la muerte de Leónidas. El porque no había dejado a Asdelt, no se sabía


Pero el hecho de que su esposa estuviera en peligro de muerte por parte de Zexel asustó a Asdelt primero, y en un instante lo enfureció. Rugiendo de ira, adoptó su forma de komodo rápidamente y salto sobre Zexel. Pero Zexel era poderoso, mucho. Si no, no hubiera podido parar en medio del aire (y después aplastar contra un muro) con una mano invisible a una bestia del tamaño que un elefante adulto. Cuando Zexel se acercó lentamente al monstruo, este volvió a ser Asdelt. Su ira fue sustituida inmediatamente por el terror. Los ojos de Zexel relucián como dos brasas, y fuera de la fortaleza, los muertos volvían a gritar, pero esta vez sin parar.
-Asdelt.-decía Zexel-. Debería matarte por atreverte a atacar a tu Amo.-Cuando dijo eso, la radiación de fuera entró en forma de niebla verde-. Sufre.
Entonces la temperatura subió cincuenta grados de golpe, arrugando instantáneamente la piel de Asdelt. Pero este no gritó. Zexel, con una mueca que combinaba furia y admiración, le gritó:
-Resistes bien, ¿eh? ¡PUES ESTO NO ES NADA!
En el momento en que aumentó la temperatura, la bruma verde ya llenaba toda la estancia. Pero en el momento en el que Zexel habló, se tornó roja como el fuego. Entonces, los no muertos de fuera entraron como una tromba, rugiendo, dispuestos a despedazar vivo al troll.
Asdelt, aterrorizado, no pudo aguantar más, y dio un grito de terror y dolor.
- Eso es lo que quería oír.
Al parecer esto complació a Zexel, pues con un gesto de su escamosa mano, la niebla desapareció. Los muertos, en cambio, se quedaron ahí, pero tan quietos que hubieran podido pasar por estatuas de no tener olor a muerte.
Asdelt se quedó perplejo unos instantes por eso, pero cuando pudo moverse se acercó a Zexel (cojeando) e hincó una rodilla.
-Amo, gracias por perdonarme. La ira me pudo.
-No tienes por que pedir perdón, Asdelt. La ira posee a todos, incluso a los que no pueden sentirla.-dijo, mirando de reojo a los muertos que había en la sala.
-Pero señor. Es que...
-Tranquilo Asdelt. Con ese comentario no me refería a tu esposa. No fue difícil engañarla para hacerle parecer que tu desaparición y el dragón fuesen coincidencia.
-Entonces, ¿a quién os...?
-Eso no te lo puedo decir- dijo Zexel. Entonces, los muertos volvieron a salir, y sus pisadas al unísono sonaban como tambores-. Lo que si te puedo decir-continuó- es que es enano muerto.
¿Enano?¿Un enano era el que sabía que Asdelt era un transformista? Eso era... Asdelt se dio cuenta de que solo había una coartada posible entre él y su forma de dragón.
-Señor, ¿engañar a mi esposa significaba que el dragón me...bueno...?
-Sí, lo siento por ti, pero la única coartada posible era decir que, hace diez años, te encontraste en la muralla de Tiras cuando, de pronto, un komodo con rabia te atacó y te llevó a su guarida.
-¿Fueron a buscarme?
-Lo dudo. Supongo que creyeron que ese dragón te devoró.
Al oir esto, Asdelt suspiró aliviado. Los leones no podrían acusarle frente al Rey por sus acciones porque el no hizo nada. Aunque en el fondo de su alma se lamentó, porque nunca más podría ver a su bella esposa
-Amo, ¿ahora que?
El drakkan, al oírle, agitó su cabeza un poco. Parecía que había salido de un trance.
-Vete, Asdelt. Necesito pensar.
-¿Dónde tengo que ir?
-Vuelve a África. Sabes que dentro de diez años le tocará a Liuhome albergar el Consejo del Rey,¿no?
-Sí
-Pues quiero que esperes. En Cair, Cartago, donde quieras menos en Tiras. Cuando quiera que realizes esta tarea, te llamaré,¿de acuerdo?
-Si, Amo.
Con un gesto muy solemne de despedida, el troll se transformó otra vez y, saltando por la ventana, voló hacia el sureste sobre el mar de muertos hasta que, perdiéndose en la niebla verde, desapareció.
Zexel, cuando se fue el dragón, cerró el ventanal, oscureciendo la estancia. Entonces, metió una garra en un bolsillo de su armadura negra y sacó una estatuilla de latón. Representaba a una especie horrible de monstruo mecánico o robot.
Una criatura de tres patas y con tentáculos, uno de los cuales llevaba una especie de jaula. Pegada al cuerpo principal había una especie de arma con el cañón largo. Encima del arma estaban situadas unas ventanillas que parecían ojos.
-Pronto, hermanos.-dijo Zexel, y al hacerlo los ojos de la estatuilla brillaron intensamente con un resplandor rojo.- Pronto seréis libres.




Uno de los muertos de fuera, un orco, empezó a reír de una manera sobrenatural. Los demás lo imitaron hasta que un millón de gargantas podridas reían, pero con risas que sonaban sin ganas.


Eran las risas del más puro terror.