Hola,
me llamo Carlos y tengo 24 años; os voy a contar una historia que me
ocurrió hace tiempo, cuando yo apenas tenía 14 años: iba caminando
por la calle cuando me encontré un perro labrador de color negro con
algunas manchas blancas por la cara. Me lo llevé a mi casa y le di
comida y algo de agua. A la semana siguiente, me encontré un cartel
por la calle, en el que había una imagen muy parecida o casi igual
al labrador que yo tenía en mi casa. Rápidamente, marqué el
teléfono que aparecía y hablé con el dueño del labrador. Su voz
era algo debilitada; parecía la voz de una persona mayor; quedamos en
un parque cerca de la ciudad. Al llegar, miré a un lado y a otro y
sólo vi y a un hombre mayor que miraba a la nada; cuando me acerqué
para hablar con él, me miró con unos ojos tan claros que supe que
era ciego. A continuación, me senté al lado de él y comenzamos a
hablar. Él me contó cómo perdió a su perro y lo mal que lo había
pasado. El hombre me dio las gracias y quiso saber el nombre de
aquel joven que le había devuelto su perro. Al decirle mi nombre
completo, el hombre se quedó perplejo, y quiso saber si mi abuelo se
llamaba Juan Medina Alonso. Yo me extrañé y a la vez me puse un
poco triste; cuando asentí, el hombre, ya no tan sorprendido, me contó
que conoció a mi abuelo; eran muy amigos y siempre estaban juntos. Yo
le pedí que me contara todo lo que se acordaba de él y lo que habían
hecho de pequeños, ya que no lo pude conocer. Cuando acabó, le di las
gracias porque me alegré mucho que me contara todo aquello. Porque
si no, no hubiese ocurrido este reencuentro.
Cristina
López Madrid 2ºB
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