Yomaira García Rico
Subí
a aquel desván sucio y oscuro al que nunca mi madre me había
dejado subir.
Había
muchos trastos, desde lámparas hasta ropa de antaño.
Pero
entre polvo y armatostes, llamó mi atención un cuadro viejo y
cubierto por el polvo.
Lo
sacudí suavemente y pude ver una pintura que mostraba a una
muchacha risueña, morena, con ojos verdes y con un antiquísimo
y bonito vestido rosa.
Aquella
muchacha era mi tatarabuela, era una muchacha de familia adinerada
y estaba enamorada de un joven muchacho que se ganaba la vida
pintando. Los padres de ella querían casarla con un médico
adinerado, pero ella no estaba enamorada de él.
El
joven pintor y la muchacha se veían a escondidas. Él quería
regalarle un cuadro de ella y comenzó a pintarla. La chica no sabía
dónde guardar aquel cuadro para que sus padres no lo descubriesen; entonces pensó en guardarlo en el desván de su casa, ya que apenas
nadie entraba allí.
Pasaron
los días y su boda con el médico se acercaba.
Era
la noche antes de la boda; ya todos en la casa estaban durmiendo,
cuando el pintor trepó por el árbol que había cerca de la ventana
de la chica . Entró en la habitación y le dijo que se escapasen los
dos juntos lejos de la ciudad , y ella aceptó.
Gracias
a ellos estoy yo aquí.
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