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jueves, 31 de enero de 2013

Capítulo 6: Asdelt








Por Antonio Gutiérrez



Al día siguiente, Heldet se fue a dar un pequeño paseo por las parte exterior de Liuhome. El médico le dijo que ya estaba suficientemente bien, aunque la herida de la cola aún no había cicatrizado.
Como el pensaba, matar un dragón sin armas era una hazaña que les gustaba a los niños. Pero cuando vio a unos cachorros y se acercó a ellos, estos se emocionaron más de lo que el pensaba.
-¡Es Heldet!
Y corrieron hacia él. Heldet se escapó por poco de los niños, así que prefirió ver primero a los trasgos, por lo que se fue al lugar donde estos habían instalado su campamento. Antes de llegar, vió a Krou levantado en una plataforma de madera que iba pregonando objetos de compra y su precio a un grupo de leonas. Aunque no eran precisamente objetos normales para mujer.
-¡ Admiren este potente fusil de asalto!¡ Puede disparar ráfagas de hasta 5 balas por segundo!¡ O esta ametralladora pesada !¡ Su munición de calibre .50 puede destrozar un edificio en cuestión de minutos! Estas armas tienen el asequible precio de mil cuatrocientos créditos. Al fin y al cabo, son de forja goblin, y solo la superan la enana y la orca.
Las leonas, enfadadas, le dijeron que dejase de vender cosas inútiles y que hiciera como los demás trasgos. Algunos trasgos que estaban cerca tambien estaban un poco enfadados, pues Krou era el único nruska de la caravana que vendía armas; aunque él era el líder(Srou solo era el lider de escolta y profesor temporal en Liuhome, no quería tener nada que ver con lo que su hermano mayor hacia).
-¡Me da igual lo que me digáis, esta caravana la dirijo yo y yo vendo lo que quiera!¿ Os queda claro?-Cuando lo dijo, Heldet observó que bajo los pliegues de su ropa se adivinaba la forma de una enorme arma de fuego. Las leonas, hartas del carácter del nruska, se fueron.
Heldet iba a acercarse a Krou para preguntarle que era un goblin cuando, de repente, un sonido atronador rasgó el aire. Krou se cayó del susto, y cuando quiso levantarse, aparecieron unos niños (tres cachorros y cuatro trasgos) gritando y chillando:
-¡ Demonio!
-¡ El dragón es un zombi!
Krou ( y sin que él lo supiera Heldet) se dirigió hacia el lugar de donde venían los niños, donde se suponía que el dragón estaba muerto, y lo que vio le dejó sin habla.
El dragón, el cuál debería estar muerto, estaba en ese mismo momento alzando el vuelo, y sin ningún rasguño. Krou sacó el arma que escondía bajo la túnica y Heldet vio que era una escopeta. Pero cuando Krou se dispuso a disparar, ya era demasiado tarde; el dragón, de una manera misteriosa, ya solo era una silueta lejana en el horizonte.
Lanzado una maldición, Krou se puso a correr para avisar a Shelder. Mientras, Heldet se estaba preguntando como el dragón podía estar vivo si le había mordido en el corazón, a menos que...






Mientras tanto, el dragón estaba preocupado. No porque pudiesen perseguirlo (a donde iba, salvo él, nadie podía llegar, solo salir), sino por lo que no había hecho: matar a Heldet; el Amo ya se lo había advertido. Pero al menos cumpliría la otra misión.
Cuando pensaba esto, ya estaba sobrevolando el estrecho de Gibraltar, el muro natural que separaba la “civilizada” África de la salvaje Europa, poblada por animales salvajes, bárbaros y unas pocas ciudades aisladas. Cuando estaba sobrevolando la Meseta Ibérica, el lugar donde debía estar, lo vió. Ahí estaba la aldea de esos malditos lobos. Veía a los lobeznos jugando, a los adultos preparandose para cazar (no hacían distinciones entre hombres y mujeres) y, en el centro de la aldea, cerca de la estatua de un humano barbudo, a un viejo lobo que hacía movimientos extraños. La bestia, de repente, se enfureció; deseaba incendiar la aldea, destrozar las cabañas, devorar a sus habitantes, aniquilar todo lo que había. Pero debía contenerse. No éra él el que tenía que destruir a esos hombres-lobo.
De repente, oyó unos cuernos y, a juzgar por el tono, eran cuernos de guerra. Y entonces, de las profundidades del bosque, salió una marea de color verde. Las criaturas eran algo bajas para ser trolls, y un poco altas para ser trasgos. Con una sonrisa de suficiencia, el dragón bajó a los lindes del bosque y se escondió con un hechizo de camuflaje, y solo tuvo que disfrutar de la masacre.
Los atacantes tenían la piel de color verde, marrón o gris, medían casi dos metros y medio, tenían dientes inferiores sobresalientes y llevaban hachas, espadas, lanzas y arcos como armas. Eran orcos y, a juzgar por el emblema que muchos tenían tatuado en la piel, un lobo negro rampante, debían pertenecer a alguna tribu germánica del norte. Cuando alcanzaron a los hombres-lobo, los atacaron sin diferenciar entre hombre, mujer, niño o anciano. Parecían poseídos por una ira sin fin. Sin embargo, los lobos se defendieron fuertemente, manteniendolos a raya hasta que, al fin, consiguieron expulsarlos de la aldea. Pero a costa de la muerte de un gran número de fenrusnes. Aunque claro, los orcos no tuvieron piedad con los hombres-lobo porque estos tampoco habían tenido piedad con la aldea orca.
Justo cuando el dragón iba a alzar el vuelo, el anciano que había visto desde arriba le miró, directamente a los ojos, llenos de dolor y...¿paciencia?
Ese lobo le estaba dando mala espina, y no solo por el hecho de que sabía donde estaba incluso camuflado, sino porque, si estaba esperando algo, ese algo tendría que ser perjudicial para el Amo a la fuerza.
Al final, el dragón decidió que algún día volvería para matarlo, no fuera que le diese problemas.
Días después de llegar a la Península, voló hacia el oeste hasta que, exhausto consiguió llegar a Norteamérica; antes, decenas de miles de años atrás, era llamada el País de las Ilusiones, pero ahora no era más que un continente radioactivo, donde se vivia principalmente en las zonas costeras, pues se construyeron muy pocas centrales nucleares en ellas.
Cuando quiso darse cuenta, una niebla, verde como el veneno, rodeó a la bestia, pero esta no se asustó; era el procedimiento habitual para evitar que entrasen los intrusos: si entraba alguien sin permiso, la radiación lo desintegraba. Pero si era alguien conocido, simplemente era una bruma de color verde, aunque bastante espesa.
Entonces, de la nada, apareció una fortaleza de un estilo extraño. Hubiera parecido normal si no estuviera rodeada por una horda de cadáveres vivos, tanto humanos como de otros seres. El dragón aterrizó en la entrada, pero los no muertos no le atacaron; en realidad, le abrieron la puerta como si fuera el señor del lugar. Pero no lo era. Al menos, él.
Cuando entró a la sala principal, una sala de unos treinta metros y muy sobria, que solo tenía tápices que representaban a criaturas de pesadilla y un enorme ventanal. Vio que, delante del ventanal, había una figura que tenía alas y paracía emanar un aura negra. Era otro dragón, pero este estaba levantado sobre sus patas traseras, era más pequeño, llevaba una capa de cuero y tenía una espada al cinto. Pero lo único que tenía esta criatura que lo convirtiese en hombre-dragón era el aspecto. Los dos dragones tenían exactamente los mismos ojos.
Entonces, una voz, tranquila pero que tenía un matiz de rabia, habló.
-Me has vuelto a fallar, Asdelt.
Entonces, el dragón que acababa de llegar llevó a cabo una increíble metamorfosis: sus alas se acortaron, su cara se acortó, su mandíbula inferior se pronunció y las escamas se cambiaron por piel marrón. Donde hace pocos instantes había un dragón, ahora había un troll. Estaba vestido con una armadura de acero que solo le dejaba libre la cabeza y el cuello. A un costado colgaba una espada enorme, y al otro pendía una metralleta del tamaño de una ametralladora. Aunque fisicamente impresionaba más que el dragón, el troll sabía que que Zexel era infinitamente más poderoso que él. Pues un troll normal no se habría puesto de rodillas ante un dragón.
- Asdelt, te dejé bastante claro que debías matar a ese cachorro.
-Pero señor...
-¡NADA DE PEROS!-rugió Zexel y, al hacerlo, sus ojor carmesí brillaron intensamente y los no muertos de fuera lanzaron gemidos de ira.-¡SOLO TENÍAS QUE MATAR A UN NIÑO! ¡UN SIMPLE NIÑO! ¡Y EN VEZ DE ESO TE DEJAS MATAR!
-Señor, iba a decirle que conseguí que los lobos y los orcos se atacasen.
Al oír esto, Zexel se tranquilizó un tanto. Pero seguía enfadado. Aunque Asdelt había conseguido, antes de irse a África, revivir unos fenrusnes muertos para que atacasen la aldea orca y prender la llama de la discordia, no había podido matar a Heldet.
-Será mejor para todos que me expliques por que no pudiste matar a ese niño, antes de que la niebla te vaporize.
Entonces Asdelt empezó a contarle lo que pasó: el ataque, la espera en el mas allá, la huida, la batalla en la Península... Cuando terminó de hablar, Zexel se quedó pensativo un momento y habló.
- Asdelt, creo que me he pasado gritándote, pero tu numerito con los iberos puede sernos muy útil en el futuro. Sin embargo, teniendo en cuento que no pudiste matar a ese Descendiente, y que has muerto por segunda vez, he llegado a una conclusión.
-¿ Señor?
-Ya no volverás a “hacer trabajos” hasta nuevo aviso. No puedo arriesgarme que relacionen las cosas que suceden en el mundo con tu desaparición.
-Dudo que sepan que he desaparecido. Incluso podrían no saber...
-...que hay una posibilidad, pequeña pero posible, de que eres el komodo que atacó Liuhome?- terminó Zexel por Asdelt. El troll asintió- No me hagas reir, Asdelt. Casi nadie sabe que eres un transformista.
-¿Casi nadie, señor?¿Quién o quienes lo saben?
-No es de tu incumbencia. Además, sería más correcto quién o quienes lo sabían.
Entonces Asdelt se dio cuenta de que la única persona que lo sabía era...
-¡Shiraa!- aulló un horrorizado Asdelt. Shiraa era su esposa, y una de las pocas persona de Tiras, la ciudad de Asdelt, que no era un troll. Era una krulsbane, una mujer-hiena. No solo eso, también era una gornok, una raza mestiza de hienas que eran de ascendencia orca, por lo que era una raza violenta, bárbara e, incluso según unos rumores, caníbal. Sin embargo, lo que realmente los diferenciaba de las otras hienas era su físico: eran grandes, caminaban encorvados y eran considerados “feos” por las otras razas (y eso que ellos consideraban cobardes a los demás, excepto a los leones, los orcos y los trasgos). Sin embargo, Shiraa era diferente de cualquier gornok. Drásticamente diferente, para ser exactos: era muy inteligente (más, incluso, que un troll), algo menuda y, tanto para las hienas (todas) como para Asdelt (y los trolls), hermosa. Asdelt la amaba no por su belleza, sino porque trataba de ayudar a todo aquel que necesitase ayuda (incluso a otros gornok). Cuando Asdelt atacó a los trasgos años atrás, Shiraa se enojó por el comportamiento de su marido, y lloró mucho cuando supo de la muerte de Leónidas. El porque no había dejado a Asdelt, no se sabía


Pero el hecho de que su esposa estuviera en peligro de muerte por parte de Zexel asustó a Asdelt primero, y en un instante lo enfureció. Rugiendo de ira, adoptó su forma de komodo rápidamente y salto sobre Zexel. Pero Zexel era poderoso, mucho. Si no, no hubiera podido parar en medio del aire (y después aplastar contra un muro) con una mano invisible a una bestia del tamaño que un elefante adulto. Cuando Zexel se acercó lentamente al monstruo, este volvió a ser Asdelt. Su ira fue sustituida inmediatamente por el terror. Los ojos de Zexel relucián como dos brasas, y fuera de la fortaleza, los muertos volvían a gritar, pero esta vez sin parar.
-Asdelt.-decía Zexel-. Debería matarte por atreverte a atacar a tu Amo.-Cuando dijo eso, la radiación de fuera entró en forma de niebla verde-. Sufre.
Entonces la temperatura subió cincuenta grados de golpe, arrugando instantáneamente la piel de Asdelt. Pero este no gritó. Zexel, con una mueca que combinaba furia y admiración, le gritó:
-Resistes bien, ¿eh? ¡PUES ESTO NO ES NADA!
En el momento en que aumentó la temperatura, la bruma verde ya llenaba toda la estancia. Pero en el momento en el que Zexel habló, se tornó roja como el fuego. Entonces, los no muertos de fuera entraron como una tromba, rugiendo, dispuestos a despedazar vivo al troll.
Asdelt, aterrorizado, no pudo aguantar más, y dio un grito de terror y dolor.
- Eso es lo que quería oír.
Al parecer esto complació a Zexel, pues con un gesto de su escamosa mano, la niebla desapareció. Los muertos, en cambio, se quedaron ahí, pero tan quietos que hubieran podido pasar por estatuas de no tener olor a muerte.
Asdelt se quedó perplejo unos instantes por eso, pero cuando pudo moverse se acercó a Zexel (cojeando) e hincó una rodilla.
-Amo, gracias por perdonarme. La ira me pudo.
-No tienes por que pedir perdón, Asdelt. La ira posee a todos, incluso a los que no pueden sentirla.-dijo, mirando de reojo a los muertos que había en la sala.
-Pero señor. Es que...
-Tranquilo Asdelt. Con ese comentario no me refería a tu esposa. No fue difícil engañarla para hacerle parecer que tu desaparición y el dragón fuesen coincidencia.
-Entonces, ¿a quién os...?
-Eso no te lo puedo decir- dijo Zexel. Entonces, los muertos volvieron a salir, y sus pisadas al unísono sonaban como tambores-. Lo que si te puedo decir-continuó- es que es enano muerto.
¿Enano?¿Un enano era el que sabía que Asdelt era un transformista? Eso era... Asdelt se dio cuenta de que solo había una coartada posible entre él y su forma de dragón.
-Señor, ¿engañar a mi esposa significaba que el dragón me...bueno...?
-Sí, lo siento por ti, pero la única coartada posible era decir que, hace diez años, te encontraste en la muralla de Tiras cuando, de pronto, un komodo con rabia te atacó y te llevó a su guarida.
-¿Fueron a buscarme?
-Lo dudo. Supongo que creyeron que ese dragón te devoró.
Al oir esto, Asdelt suspiró aliviado. Los leones no podrían acusarle frente al Rey por sus acciones porque el no hizo nada. Aunque en el fondo de su alma se lamentó, porque nunca más podría ver a su bella esposa
-Amo, ¿ahora que?
El drakkan, al oírle, agitó su cabeza un poco. Parecía que había salido de un trance.
-Vete, Asdelt. Necesito pensar.
-¿Dónde tengo que ir?
-Vuelve a África. Sabes que dentro de diez años le tocará a Liuhome albergar el Consejo del Rey,¿no?
-Sí
-Pues quiero que esperes. En Cair, Cartago, donde quieras menos en Tiras. Cuando quiera que realizes esta tarea, te llamaré,¿de acuerdo?
-Si, Amo.
Con un gesto muy solemne de despedida, el troll se transformó otra vez y, saltando por la ventana, voló hacia el sureste sobre el mar de muertos hasta que, perdiéndose en la niebla verde, desapareció.
Zexel, cuando se fue el dragón, cerró el ventanal, oscureciendo la estancia. Entonces, metió una garra en un bolsillo de su armadura negra y sacó una estatuilla de latón. Representaba a una especie horrible de monstruo mecánico o robot.
Una criatura de tres patas y con tentáculos, uno de los cuales llevaba una especie de jaula. Pegada al cuerpo principal había una especie de arma con el cañón largo. Encima del arma estaban situadas unas ventanillas que parecían ojos.
-Pronto, hermanos.-dijo Zexel, y al hacerlo los ojos de la estatuilla brillaron intensamente con un resplandor rojo.- Pronto seréis libres.




Uno de los muertos de fuera, un orco, empezó a reír de una manera sobrenatural. Los demás lo imitaron hasta que un millón de gargantas podridas reían, pero con risas que sonaban sin ganas.


Eran las risas del más puro terror.

7 comentarios:

  1. Ese Zexel ma da mala espina

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  2. La escena de Zexel me recuerda mucho a Memorias de Idhún, cuando Kirtash va a ver a Ashran

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  3. Pues si que es belicoso ese Krou

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  4. ¿Trasgos y goblins no son lo mismo?

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  5. Tres patas, tentáculos, maquina... ¿No es la guerra de los mundos?

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  6. ¿Cuántos capítulos tienes ya?

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  7. Antonio, ¿no te habras basado en los gnolls de Dungeons and Dragons para crear a los gornoks?

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