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Visto
de forma liberal, la pena de muerte puede parecer una herramienta de
la justicia, pero en realidad es un método de tortura. Los europeos
estamos acostumbrados a escandalizarnos con los métodos de ejecución
de los países de otras culturas, y no nos damos cuenta de que en
otros países más similares tienen métodos de ejecución semejantes
a la tortura, como la silla eléctrica.
En
algunos países como Nigeria, Somalia, Indonesia e Irán se condena
con lapidación el adulterio y se utiliza pena de muerte para oprimir
a las minorías raciales, homosexuales o a las mujeres. No sólo en
los países en vías de desarrollo la pena de muerte es una tortura,
ya que no hay forma de garantizar una muerte indolora; en Estados
Unidos, el corredor de la muerte se podría considerar como una
tortura que, según el relatador especial de la ONU sobre tortura y
otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes Juan Méndez,
produce trastornos psicológicos y degeneraciones físicas durante
los años de los procesos judiciales. Además, los métodos de
ejecución utilizados como la muerte por descargas, la horca, la
inyección letal o el pelotón de fusilamiento son inhumanos y se han
dado casos que lo demuestran, como el de Pedro Medina, ejecutado en
Florida el 25 de Marzo de 1997 con una silla eléctrica que estaba
averiada, por lo que su cabeza ardió en llamas.
La
diferencia entre tortura y pena de muerte está determinada por
nuestros valores culturales. Es necesario trabajar para erradicar la
tortura en todas sus formas. Incluso aunque en general la pena de
muerte tiene un fuerte rechazo social, y la mayoría de los países
la han abolido, se considera la pena de muerte como un indeseable
instrumento de la justicia y no un acto de salvajismo o crueldad.
Marian
Romero, 3ºA
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