Me descubro admirando la quietud y sosiego con la que el tabaco se hace llanto. Su Muerte se me
hace hermosa: Lenta y agonizante. Y sin embargo hermosa.
Nada turba al moribundo cigarrillo mientras, sereno, se consume. Nació para morir ¿no es cierto?
Vive por el fin. Lee por cerrar el libro.
Y un delgado hilo de muerte, un suspiro del fuego escapó entonces de su prisión quedando libre de
celdas pero cautivo de su ascendente destino.
El Liberto tiene frío, y buscando el calor del llameante chopo caminó entre fugaces ráfagas de
implacable poder contra el que luchó hasta llegar a rozar las ramas más bajas. Y quedó prendado,
iluminado por la pasión de aquellos colores, de su esbelta e imponente figura, de los ruegos de los
brazos de aquel estoico monumento, que parecieran arder, porque lo vi aferrarse a una pequeña hoja
como un infante al dedo de mamá, con determinación, con ansia, pero sin fuerza; sin la fuerza
necesaria para hacer que su astral viaje cesara. Si hasta el suspirar se enamora.
Y el suspiro enamorado, lleno de dolor, me acompañó arriba, donde los ojos no ven, donde un
inmenso y divino bosque de vida se alzaba sobre todas las cosas pequeñas.
Anduve largas horas entre la prodigiosa belleza de lo que el hombre no había tocado hasta que
llegué a una parcela grisácea, casi negra. Caminé entre gente desnuda carente de cabeza que me
hablaba por las manos sin decir nada; vi otros que agonizaban, consumiéndose como cigarros,
haciéndose ceniza que lleva el viento; otros tenían un libro por cabellera, un grueso volumen que
habría sus páginas, secas, amarillentas e inertes a merced de otros como él mientras se copiaban sus
palabras de uno a otro, transformadas.
Otros se borraban como un dibujo , gritando “Libertad” mientras otro volvía a construir su cuerpo,
pero su belleza anterior parecía ausente, cuando nada había en lugar de aquella ficticia
recomposición.
Otros arrancaban su corazón con las manos y lo miraban con aire distraído, dubitativo...
Solo uno estaba vestido, con una gabardina tan negra y larga que parecía no andar con pies. Todo
tapado, tanto que no acertaría a describir su aspecto en absoluto.
Después volví, sin haberme ido.
Me fui, sin jamás volver.
Francisco Rivas 4ºB
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