El olor que provenía de
la fábrica de aceite de oliva no hacía más que sorprender a mi
repertorio de olores. Era un olor un tanto extraño, propio de
Baeza; habría quien lo calificaría como desagradable, pero no es
ese su rasgo. Acostumbrados al olor de portales y coches de Moscú,
el olor de la fábrica de aceite de oliva, es más que agradable. En
un día tan soleado no había mejor plan que dejar atrás el hotel y
dirigirse hacia este pueblo jienense.
El autocar nos dejó en
“La plaza de los Leones” o “Plaza del Pópulo”; mientras el
guía contaba lo significante e ilustre de la plaza, yo preferí
analizar el panorama por mi cuenta. El segundo lugar es
más antiguo que el primero; imaginé que antiguamente, a lo mejor en
la época medieval o feudal, campesinos y burgueses se reunían en
esta plaza (de ahí su nombre). El nombre de Plaza de los Leones se le
atribuye por la presencia de una fuente en medio de la plaza; en ella
hay dos toros y dos leones que parece que sujetan a una dama, la cual parecía ser importante y/o conocida (Imilce). En la plaza había dos arcos;
seguramente era la entrada al pueblo tras una victoria.
Tuvimos la oportunidad de
ver el aula donde Antonio Machado impartió clase. El patio del
colegio me pareció que tenía todas las características de un patio
español. Y sólo pensar que hace cien años un escritor tan
importante en la literatura española estuvo aquí, sólo al pensarlo
sentía como si la cabeza se me llenase de inmensa cultura.
Al recorrer las calles de
Baeza, nos dábamos cuenta de lo asombrosa que es: los patios, las
casas, los balcones…, todo era tan diferente, y a la vez admirable,
de lo que estábamos acostumbrados a ver cada día. Baeza es un
pueblo muy cultural e histórico; en cada rincón hay algo que merece
la pena ver.
Al estar todo tan
concentrado, nos dio tiempo para visitar otro municipio de Jaén:
Úbeda. Este pueblo, al igual que el primero, estaba repleto de
cultura, de estructuras arquitectónicas que agradaban a la vista.
La experiencia que
vivimos en Úbeda, más bien en la iglesia donde vivió y murió San
Juan de la Cruz, fue inmensa. Pudimos observar la mesa donde
yació su cuerpo, la pequeña habitación donde transcurrían sus
días…
Al llegar al fin de este
largo y grato día, me acordé de aquello que decía Fiodor
Dostoievski: “El hombre encuentra tiempo para todo lo que
él realmente quiere”, en otras palabras: el que conoce la
belleza cultural de estos dos lugares, tendrá ocasión para
disfrutarlos una y otra vez.
Ekaterina Safonova 4ºC
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