Europa y sus raíces cristianas, de
José Orlandis. Editorial Rialp, Madrid, 2004.
Estas líneas son un resumen del primer capítulo de este libro.
Europa es el fruto de un
dilatado proceso a lo largo del cual una multitud de pueblos de
diversas etnias y procedencias abrazaron la Fe de Cristo, y al
hacerse cristianos se hicieron también europeos.
Europa nació sobre las
ruinas de las provincias del Imperio Romano emplazadas a lo largo de
la ribera septentrional del Mediterráneo, desde el mar Negro hasta
las Columnas de Hércules y el Finisterre galaico o bretón.
El Cristianismo se
difundió durante los tres primeros siglos de nuestra Era entre las
poblaciones, en su mayor parte, de cultura greco-latina, asentadas en
las orillas del Mare Nostrum. Pero, desde comienzos del siglo
V, las invasiones germánicas aportaron un nuevo elemento étnico, el
germánico, que tras su conversión al Cristianismo, convivieron con
los descendientes de las antiguas poblaciones indígenas o
provinciales romanas y contribuyeron todas a la formación de la
primera Europa. Luego, los misioneros cristianos traspasaron las
antiguas fronteras exteriores del Imperio y llevaron la Fe e
infundieron la naciente personalidad europea a otros pueblos,
germanos y celtas, más remotos y menos civilizados. Eslavos y
magiares contribuyeron también a la formación de la Europa
cristiana, una epopeya multisecular rematada con la conversión de
Escandinavia y de los pueblos de los Países bálticos.
Así, pues, Europa nació
cristiana.
En el siglo VII, año 622,
comienza la Era islámica con la Hégira.
El término “europeenses”
aparece por primera vez en una crónica mozárabe de mediados del
siglo VIII (año 732) para designar a los soldados cristianos de
Carlos Martel que combatieron en la batalla de Poitiers y detuvieron
el avance islámico hacia el corazón del Continente. De este modo,
Europa, nacida cristiana, continuó siéndolo por mucho tiempo.
En época romana, el Mare
Nostrum no constituía una barrera de separación entre las
regiones costeras; lejos de eso, contribuía a aproximarlas y a
facilitar su mejor conocimiento y comunicación.
La idea de que el
Mediterráneo servía más para unir que para separar tuvo su reflejo
gráfico en el propio mapa de la administración civil del bajo
imperio. Así lo acredita el hecho de que la delimitación de las
mayores circunscripciones territoriales del Imperio romano del siglo
IV (las prefecturas del Pretorio) se trazara siguiendo la línea de
los meridianos y no la de los paralelos.
Resulta lícito afirmar
que la cristianización del Continente europeo se inició antes
incluso del nacimiento de Europa.
La expansión islámica
quebró la unidad del mundo mediterráneo. El mar
latino dejó de ser lazo de unión para los pueblos ribereños y se
convirtió en foso abierto entre dos espacios distintos. Las tierras musulmanas de la orilla sur se diferenciaron
de las cristianas del norte: aquéllas fueron África; éstas,
Europa. Este esquema geopolítico, tan simple, sigue siendo hoy
todavía válido, al cabo de trece siglos.
Miguel Ángel Moreno Cazalilla
No hay comentarios:
Publicar un comentario