Por Antonio Gutiérrez Vargas
Hoy
estaba feliz. Muy feliz.
Por
fin regresaba a casa.
Años
atrás, cuando Heldet vio volar a un dragón que se suponía que
estaba muerto, se dio cuenta de que ese dragón debía ser mágico,
pues morir por mordisco en el corazón era una cosa razonable, y
revivir espontáneamente dias después una cosa prácticamente
imposible. Esa noche, tras pensarlo mucho, decidió buscarlo por toda
África (no tuvo en cuenta que el komodo podría vivir más lejos) ,
así que, sin decírselo a nadie (pues no hubieran dejado irse solo a
un cachorro), ensilló su potro, preparó unas pocas provisiones y,
sin que nadie lo supiera, se fue.
De
eso hacía ya diez años.
Cuando
partió, Heldet tan solo era conocido en Liuhome y en su área de
influencia. Ahora era un héroe conocido en más de la mitad de
África.
¿Por
qué era un héroe? Cuando cumplió los trece años, Heldet llegó
hasta la isla de Madagascar, y después a su costa este. Viendo que
ya había recorrido todos los lugares marcados en el mapa como “zonas
de dragones”, y teniendo en cuenta por fin que el dragón debía
estar fuera de África, tuvo que resignarse que jamás volvería a
ver al dragón.
Sin
embargo, no tenía prisa por regresar a Liuhome. Por lo que el sabía,
el Liuhome total solo lo componían unos pocos kilómetros porque
técnicamente Shelder tenía poder sobre un feudo de unos 1000
kilómetros cuadrados. Liuhome, junto a Tiras y otras pocas ciudades
formaban el reino de Joka Ufalme, literalmente, “Reino del Dragón”.
Así que como técnicamente todavía estaba en casa (Madagascar
también formaba parte de Joka), decidió pasar un tiempo corriendo
aventuras como cazarrecompensas. Al principio le iba un poco mal,
pues nadie contrataba a un preadolescente. Sin embargo, en una
taberna de Cair, un día tuvo la suerte de encontrarse con una leona
joven que tenía problemas con dos trolls. Ella quería contratarles
como guardaespaldas para que la escoltasen hacia Liuhome, pero estos
no aceptaban por clientes a mujeres. Como la liune insistía, estos
se enfadaron e intentaron atacarla. Por desgracia para ellos, Heldet
estaba en la mesa de al lado. Cuando este les gritó que dejasen en
paz a la chica o sufriesen las consecuencias, los trolls rieron y se
burlaron de que era imposible que un niño pudiese con ellos.
Entonces, Heldet les reveló que el era el liune que acabó con el
dragón que atacó Liuhome junto a unos nruskas. Todos los que
estaban en la taberna conocían la historia, pero para darle más
credibilidad, Heldet les enseñó la parte de la cola donde estaba la
cicatriz del mordisco. Esto debió asustarles bastante, porque cuando
la vieron, salieron de la taberna gritando y corriendo como demonios
perseguidos por un santo, causando las risas de los comensales y
parroquianos. Agradecida, la leona quiso darle un saquillo con
créditos que ella tenía, pero Heldet le pidió que en vez de eso,
fuese a Liuhome para decirles a Senai y a Shelder que estaría un
tiempo fuera de Liuhome.
A
partir de ese incidente, a Heldet no paraba de lloverle el trabajo, e
hizo algunos que otros hubieran preferido evitar: arrestó a toda una
tribu de gornoks, una raza bárbara de hienas; escoltó aristócratas
desde Cair hasta Cartago, con la ruta llena de monstruos, animales
salvajes y bandidos; rescató rehenes de manos de bandidos... e,
incluso, cazó en Libia un enorme guiverno el triple de grande que el
dragón de komodo (aunque esta vez armado). Todo esto le convirtió
en un héroe para la gente.
Sin
embargo, empezó a sentirse deprimido, asustado incluso. Porque
incluso años después, todavía tenía pesadillas.
Las
pesadillas siempre eran las mismas: él enfrentándose a una horda de
enemigos, y después siendo apresado y devorado por un
humano-dragón gigante. Sin embargo, ya habían pasado cinco años
desde la última vez. Heldet empezó a recordar al dragón de komodo,
y volvió a buscarlo, esta vez en la otra mitad de África, que no
formaba parte de Joka Ufalme, sin éxito. Las pesadillas también le
recordaron que tenía un hogar. Decidiendo que ya estaba saciado de
aventuras, Heldet se despidió dee todos los que conocía en Cair
(que no eran pocos) y se dirigió a Liuhome por el sur.
El
viaje fue tranquilo al principio, pero luego se volvió peligroso
debido a los animales que vivían en esa parte de África: leopardos,
hienas, leones, dragones... Pero los más peligrosos fueron los
udjats, cobras gigantes que estaban emparentadas con los dragones
pero que no respiraban fuego ni hielo, pero que también volaban y
podían lanzar veneno por sus colmillos. Por culpa de uno de ellos
Heldet perdió a su caballo, y por poco perdió la vida, si no se
hubiera escondido en una cueva cercana hasta que el udjat se fue.
Viendo que desde ese momento tendría que viajar a pie, siguió
viajando hasta que, cansado y muerto de hambre, llegó al campamento
en el que murió su abuelo.
El
porqué Shelder no lo había desmantelado después de la batalla, no
lo sabía. Lo que sí sabía era que podría descansar de forma
segura, porque la única parte de la empalizada que estaba en mal
estado era la puerta, porque prácticamente algo la había roto en
pedazos. Heldet supuso que fueron los muertos enemigos los que la
destrozaron.
Aunque
en el campamento no había ningún alma, estaba lleno de cadáveres
de criaturas peladas, con ropas extrañas y cinco dedos en pies y
brazos, y de leones; incluso había algunos de trasgos. Por el
aspecto de las criaturas (algunas de las cuales estaban casi
carbonizadas), Heldet supuso que eran humanos. Pero eran muy
extraños.
Después
de meditarlo, decidió quedarse una noche en el campamento. Al día
siguiente, anduvo unos quince kilómetros hasta que, en el horizonte,
divisó Liuhome.
Por
fin, después de años salvando gente, matando monstruos y buscando
una criatura que casi lo destroza, regresaba a su hogar.
¡Por fin!
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