(Extraído de EL PAÍS)
MARÍA
R. SAHUQUILLO
- Madrid- 20/10/2013 EL PAÍS
Los casos de maltrato entre
adolescentes crecen un 30% en un año – Las relaciones perpetúan
patrones sexistas – ''Creía que la violencia de género era solo
cosas de adultos''
Laura
fue maltratada por su novio cuando tenía 15 años. Terminó con la
relación cuando los padres de él se enteraron, pero hasta hace poco
acarreó secuelas. / SAMUEL SÁNCHEZ
“¿Si
me acuerdo de la primera vez?”. Cristina entorna los ojos. Aún
medio cerrados siguen siendo grandes, marrones y brillantes. “No
sé... Empezó poco a poco. Tirones de pelo alguna vez, empujones...
Una tarde que estábamos en un parque se enfadó y empezó a pegarme
puñetazos en los brazos y en la tripa. Luego se puso a llorar. Me
asusté tanto... Y me sentí tan mal por verle así que...”,
relata. El día de esa agresión Cristina, que hoy acaba de cumplir
la mayoría de edad, tenía 15 años y llevaba seis meses saliendo
con ese chico, de 16. Cuenta que al principio todo era “mágico”.
Que el resto del mundo no existía para ellos. Pero gesto a gesto él
la absorbió. Y la anuló mucho antes de levantarle la mano. Poco
después, en una fiesta, una amiga vio como él le agarraba del pelo
y le gritaba. “Estaba histérico y mi amiga se asustó. Me dijo que
el tío era un bestia y que tenía que dejarle. En verdad no era nada
comparado con otras veces y algo le conté; pero nunca hablamos de
maltrato. Para mí, lo mío era otra cosa. Violencia de género es lo
que les pasa a las mujeres mayores, casadas, adultas. Así pensaba
yo”, dice con una sonrisa cansada.
Le
costó entender que no. Que había muchas historias similares a la
suya. En un año, de 2011 a 2012, los procesos judiciales por
violencia machista en adolescentes se han incrementado un 30%. Han
pasado de 473 a 632, según la Memoria de la Fiscalía General del
Estado de 2013. Son los primeros datos claros y tangibles de este
delito en menores —antes de esas fechas se recogían como
violencia intrafamiliar—. Aunque los expertos avisan de que la
cifra es solo una migaja de realidad, la que llega a los tribunales.
Muchas familias no denuncian lo que les ocurre a las chicas. Otras
no llegan a identificar la situación de maltrato.
Como
A., de 14 años, que hace diez días fue asesinada a puñaladas por
su exnovio, de 18 años, en su casa de Tàrrega (Cataluña). Ni la
adolescente ni su familia habían denunciado al joven que terminó
con su vida. La chica, que había roto con él hacía dos semanas,
es la víctima mortal más joven de la violencia de género de este
año, en el que los asesinos machistas han segado la vida de 39
mujeres. Desde que se empezaron a contabilizar las víctimas
mortales del sexismo, en 2004, se han registrado dos casos en
menores. El de A. y el de Almudena,
que murió hace justo un año en El Salobral (Albacete)
asesinada a tiros por el hombre de 40 con el que mantuvo una
relación.
El
novio de Alicia le rompió una pierna a patadas. Estuvo con él de
los 14 a los 19. / Samuel Sánchez
Son
dos muestras extremas. Pero psicólogos, educadores y juristas
resaltan que se están detectando, y produciendo, comportamientos y
agresiones machistas a edades cada vez más tempranas. “En los
jóvenes se reproducen roles que creíamos superados. Patrones en
los que el chico es el dominante y ejerce esa dominación a través
del control, y la chica adopta una actitud sumisa o complaciente”,
describe Susana Martínez, presidenta de la Comisión de Estudio de
Malos Tratos a Mujeres. Muchas de esas relaciones siguen basándose
en el esquema tradicional del amor romántico en el que el hombre es
fuerte y la mujer débil, dependiente, necesitada de protección.
“Como en el cuento de la princesa que necesita que el príncipe la
salve. Esas pautas, llevadas al extremo, pueden
derivar en conductas violentas; pero aunque no lleguen a ello,
esas relaciones están impidiendo que las chicas se desarrollen como
agentes activos de la sociedad”, apunta Ana Bella Hernández, que
preside una fundación de mujeres supervivientes a la violencia de
género que lleva su nombre.
Alicia
se adentró en ese cuento de princesas cuando tenía 14 años y
empezó a salir con su primer novio, de 16. Recuerda que se sentía
enamorada hasta el tuétano y que, aunque casi desde el principio él
tenía enormes arrebatos de celos no lo vio mal. “Me sentía
incluso halagada. Lo tomaba como si fuera mi caballero andante que
estaba celoso porque me quería mucho”, cuenta. Esta joven rubia,
de ojos ambarinos y gesto risueño prefiere no dar su nombre real.
Cuenta que por aquel entonces su vida era él. Se escapaba de casa
para verle, faltaba a clase. Con las semanas y los meses esos
arrebatos de celos que acababan en discusiones e insultos dieron
paso a los empujones, los escupitajos. También a la violencia
sexual, muchas veces invisible en las estadísticas o en los
estudios.
Estuvieron
juntos hasta que ella cumplió 19. Ahora tiene 24. “Los episodios
de violencia se sucedían. Pero ocurría, él me pedía perdón y yo
le disculpaba... Incluso me llegaba a sentir culpable por haberle
provocado, por haber hecho que se alterara de esa forma... Yo le
amaba... O al menos eso creía”, cuenta Alicia. Una noche, a la
salida de una discoteca, él le dio una paliza. La emprendió a
patadas con la chica, le rompió una pierna y le provocó una lesión
en el cuello. “Una amiga me llevó al hospital, me escayolaron y
me tuvieron que poner un collarín”, relata. Cuando llegó a casa
y le contó a su madre la verdad, la mujer sufrió una conmoción.
No sabía nada.
La
espiral de violencia había ido devorando a Alicia, poco a poco, sin
que se diera cuenta. El entorno social y los propios jóvenes aún
justifican determinadas actitudes sexistas. Como que los celos son
una expresión del amor. Una afirmación con la que están de
acuerdo el 33,5% de los chicos y el 29,3% de las menores. O que para
tener una buena relación de pareja es deseable que la mujer evite
llevar la contraria al hombre, como piensan el 12,2% de ellos y el
5,8% de ellas, según un estudio de 2010 sobre violencia de género
en adolescentes encargado por el anterior Gobierno socialista.
Ese
documento, elaborado por investigadores de la Universidad
Complutense se podrá comparar con el estudio que publicará en las
próximas semanas el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e
Igualdad. El nuevo informe, que se basa en las conclusiones de las
entrevistas a 8.000 jóvenes, y que aún está en proceso de
análisis, confirma que los adolescentes inician las relaciones
sentimentales cada vez antes —la edad media está en 13 años— y
que son muy permeables a los estereotipos machistas que ven en casa,
pero también a través del cine, la televisión, la música, la
literatura...
Esos
noviazgos tempranos no tienen por qué ser nocivos, explica Virginia
Sánchez, profesora de Psicología Evolutiva de la Universidad de
Sevilla. Tampoco conducir a situaciones violentas. Es positivo que
los menores amplíen sus relaciones afectivas a través de esos
vínculos, cree. Siempre y cuando la relación sea equilibrada en
edad y basada en el respeto. Sin embargo, reconoce Sánchez, las
relaciones entre los menores son cada vez más agresivas. “Hay
mucha violencia verbal mutua que, si no se ataja, puede derivar en
comportamientos más graves cuando se establecen los patrones de
dominio y sumisión”, abunda. Porque esos patrones son importantes
en una etapa en la que los menores están aprendiendo a resolver los
conflictos.
Expertos
como Sánchez y psicólogas como Olga Barroso, de la Fundación Luz
Casanova —que tiene un programa para adolescentes que han sufrido
violencia de género— remarcan que las nuevas tecnologías
facilitan el contacto entre los menores pero también se emplean
como mecanismos de control. “El WhatsApp, los mensajes, las redes
sociales se usan para saber en todo momento dónde está el otro y
su actitud. Después, cuando la relación se rompe también se
emplean como instrumento de acoso”, destaca la presidenta de la
Comisión de Estudio de Malos Tratos, que insiste en que bien
usadas, esas herramientas pueden ser positivas.
Barroso
explica que a esa edad los menores tienen aún difusa la idea de lo
que es control y lo que es interés o preocupación. “La línea es
fina y las situaciones muy sutiles. Por ejemplo, ¿es normal si tu
novio te pide que le llames desde el teléfono fijo de tu casa para
saber que has llegado bien y quedarse tranquilo? ¿O si te dice que
le mandes un localizador cada vez que sales para ver donde estás o
te pide que le enseñes el móvil para ver con quien te escribes?”,
dice.
Para
ellos eso son “pruebas de amor”, dice la educadora Nieves
Salobral. Y, actualmente, el máximo de esos gestos es dar al otro
la contraseña de acceso al correo electrónico, las redes sociales.
Ceder la intimidad. Y eso es símbolo de amor. Porque, como explica
Ana, una de las chicas asistida por Barroso, aman a su pareja.
“Quizá sepas que no está bien, que los insultos o las agresiones
no son lo correcto pero es tu novio, le justificas y no quieres
verle mal. Solo deseas ayudarle para que deje de ocurrir...”,
dice.
Pero
sigue ocurriendo. Y muchas menores, como al principio hizo Cris, se
niegan a cortar con la relación, y la mantienen a pesar de la
oposición de sus amigos o familias. María B. cuenta con un hilo de
voz que ha detectado que su hija, Gema, sigue en contacto con el
chico con el que salía hasta hace unos meses. La chica, de 16 años,
recibe ayuda psicológica desde que su familia detectó que sufría
malos tratos por parte de su novio, el chico que hasta entonces les
parecía modélico y con el que estaba desde los 14. “Al
principio, cuando empezaron a salir me pareció hasta bien. El chico
era muy educado, yo conocía a los padres...”, recuerda. Sin
embargo, cuenta que llevaba un tiempo algo escamada porque percibía
que Gema había dejado de salir con sus amigas, que discutía mucho
con su novio. “Casi siempre por celos de él, aunque luego siempre
lo arreglaban”, explica. Una noche, en plenas fiestas del pueblo,
notó al llegar a casa que Gema tenía sangre en la ropa. Estaba muy
nerviosa. Parecía que había discutido con el chico y que él se
había ido. “Yo sabía que algo había pasado pero mi hija solo me
repetía que había que localizarle, que tenía miedo de que le
hubiera pasado algo”. Le llamó al móvil. Le preguntó y el
adolescente reconoció que había pegado a Gema.
El
mundo de María se derrumbó. No sabía qué hacer ni a quién
recurrir. Habló con los padres del chico y buscó ayuda para su
hija. “No lo denuncié porque los dos son menores y la familia de
él se ha involucrado, pero llegué a plantearme si estaba
exagerando. Si no sería solo cosa de chiquillos... Pero no. Y me
alegró de haber actuado”, dice. A pesar de todo, admite entre
sollozos que se siente culpable por no haberlo sabido antes. Por
haber acogido al chico en su casa. Por no haber advertido más a su
hija la primera vez que ella le mencionó el asunto de los celos.
Gema
está ahora recibiendo el tratamiento que a Laura (nombre supuesto)
le costó años solicitar. Ayuda y apoyo sin los cuales, aunque la
relación de violencia haya acabado, la pauta puede repetirse con
otras parejas. Laura sufrió malos tratos por parte de su novio a
los 15 años, pero hasta los 20 no fue consciente del lastre que
acarreaba. Una mochila de sumisión que, sin llegar a las
agresiones, la llevaba a escoger a chicos autoritarios y dominantes.
También la situación que vivía en casa, donde también sufría
abusos, jugó un importante papel. “Eso me empujó a los brazos de
ese chico que yo veía como mi protector. Al principio me sentía
genial, después...”, cuenta. Después, siguiendo el patrón de la
mayoría de casos de violencia de género, llegaron los golpes.
En
el caso de Laura fueron los padres de él quienes abrieron los ojos.
“Un día que había consumido droga me pegó delante de ellos. Se
montó una pelea tan tremenda que él llegó a pegar a sus padres”,
relata Laura. La chica les contó entonces lo que ocurría y ellos
la animaron a denunciar. No lo hizo por miedo a su propia familia.
Sin embargo, los padres del chico sí le denunciaron por agresión
hacia ellos. Y eso destapó que el joven tenía otras causas
pendientes de robo con violencia. Fue condenado a dos años de
cárcel. Laura no le volvió a ver. Ahora se dedica a la formación
de profesionales sanitarios. Además, como Alicia, aún acude a los
grupos de terapia para jóvenes, a las que explica su historia. “A
esa edad no te identificas como víctima de maltrato”, dice
Alicia. Y si lo haces, cree Ana, cuesta dar el paso y contarlo: “No
quieres que a él le pase nada y tampoco quieres que tu familia
sufra. Es complicado”.
Eso
fue lo que le ocurrió a ella, hasta que él la agredió en plena
calle. Insiste en que tenía toda la información, la ayuda y la
confianza de sus padres. Alicia y Laura, sin embargo, creen que su
historia sí se hubiera evitado con prevención. Una opinión
similar a la de los expertos, que alertan de que falta educación
afectiva y en igualdad en los colegios. También más implicación
social de las familias. En definitiva, conocimiento para derribar
los comportamientos y actitudes sexistas que se perpetúan en el
siglo XXI, para desechar la idea de que los celos son el no va más
del amor. Para aprender a identificar esos primeros signos que
conducen a la espiral de la violencia machista.
Sin principes azules, por favor
Bella,
de la saga Crepúsculo,
dio hasta su vida por amor y dejó de ser humana por su Edward, un
vampiro. Aurora, la bella durmiente de Disney, se salvó del sueño
eterno con un beso de amor del príncipe azul. Su salvador. “Hay
muchos esquemas de dominación y sumisión por derribar. Mitos del
amor romántico que ofrecen a los jóvenes la idea de que hay que
darlo todo por la otra persona. Eso les lleva a inmolarse y ceder
ante la subjetividad del otro”, explica la educadora Nieves
Salobral. Da talleres en institutos de Madrid en los que analiza
películas y canciones para identificar estereotipos sexistas.
Salobral
cuenta que los menores, aunque se saben la teoría y conocen el
fenómeno de la violencia de género, suelen identificarla solo
cuando es física. Para atajar el problema, dicen los expertos, la
prevención es clave. Inmaculada Montalbán, presidenta del
Observatorio de Violencia de Género del Consejo General del Poder
Judicial, insiste en que solo a través de la educación de los más
jóvenes se puede interrumpir la asunción de comportamientos
machistas y romper la cadena de violencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario