EN
LUGAR DESCONOCIDO
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Lo
primero que notó es que hacía frío, y que estaba tumbado en
terreno arenoso, lo que no tenía sentido, pues el único lugar hecho
de arena que el conocía era el desierto, y allí la temperatura
llegaba a evaporar el agua. Entonces se dio cuenta de algo.
De
que estaba en Hispania.
Luego
de que Drakk volase hacia tierra, Daverd pidió explícitamente a
Bianca que les dejase una barca del Orca
roja para desembarcar. La
leona intentó hacerle cambiar de opinión diciéndole que no
sobrevivirían ni dos días antes de llegar a las llanuras. Y Daverd,
como enano que era, no quiso hacerle caso.
-Ya
llevamos aquí dos días, Bianca se ha marchado y Drakk no ha vuelto.
¿Por que no nos dirigimos por fin a la aldea de Sheila?
-Primero:
no llevamos dos días en la costa, te desmayaste cuando te sacamos
del agua. Segundo: Bianca se ha ido porque se lo pedí. Tercero:
Drakk está justo a tu lado.-replicó el dawerf sin barba a quién
había conocido menos de un mes atrás.
Heldet
casi sufrió un infarto al sentir el frío contacto del reptil que
era “amigo” de Sheila. Todavía tenía pesadillas en las que al
final acababa como un montón de cenizas.
Sin
embargo, al dragón no parecía importarle. Y al contrario de la
última vez, llevaba una carta entre sus fauces.
Sin
darle tiempo a abrir la boca, Daverd le arrancó el trozo de cuero de
la boca. Tras terminar de leer, parecía que sus ojos querían salir
de sus cuencas.
-¿Que
pasa?
Daverd
no dijo nada. Simplemente se dio la vuelta y subió la colina de
arena.
Musitando
una maldición, Heldet gritó a Sheila, que estaba fabricando más
flechas.
-Heldet,
¿que...
-No
hay tiempo. Dile a tu dragón que nos siga, y ponte a correr.
-¿Que
sucede?¿Donde está Daverd?
-Se
ha ido. Y si el se va...- Su voz fue eclipsada por el sonido de las
arenas moviéndose. Detrás de los tres surgió una manada de
cangrejos gigantes.
Daverd
estaba de todo menos alegre. La carta, enviada por el padre de
Sheila, decía que los orcos estaban bloqueando varias aldeas de la
Meseta. Los hombres-lobo se morían de hambre, pues los orcos
ahuyentaban o cazaban a cualquier animal que se acercase a la zona.
Tarde o temprano, la guerra oculta se convertiría en una guerra de
verdad.
Unos
gritos de terror interrumpieron sus pensamientos. Eran Heldet, Sheila
y Drakk, que corrían en su dirección. Extrañado, el dawerf miró
hacia la playa y los vio. Decenas de cangrejos, del tamaño de
hipopótamos, los estaban persiguiendo, y no parecían muy felices de
tener intrusos en su playa.
Daverd,
siendo el sabio que era, se puso a correr detrás de los jóvenes.
Pero a diferencia de sus tres acompañantes, el no corría para
salvar la vida, sino para salvar vidas.
Antonio Gutiérrez
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